lunes, 3 de enero de 2011

La Argentinidad al Corcho


Hace tiempo que venimos amagando tibiamente con el asunto de la argentinidad, no sin tomar los previos recaudos a la moda, considerando la posibilidad de que tal cosa efectivamente no exista. La moda señala que la disolución general de los conceptos trascendentes (por oposición a los inmanentes, es decir, a los concretos y palpables, a los aprensibles por los sentidos, a los que nos son dados por nuestra pertenencia al nivel ínfero de la animalidad) debe poner en duda, si no directamente impugnar, con pasión o con escepticismo, la posibilidad de existencia de cualquier ente abstracto y superior a nuestras crismas (y a nuestras vidas consideradas temporalmente), y más aun, como imperativo categórico, si ese ente resulta o amenaza con ser colectivo.

Bien conocida es la máxima de Sartre respecto de la necesidad de suprimir al ser en el contexto del nihilismo que preside la modernidad: "para actuar hay que dejar el terreno del ser y abordar decididamente el del no-ser". La libertad agente (que es una libertad impuesta, una condena que pesa sobre el ser humano, conminado a ejercerla sin libertad para renunciarla en ningún caso) conlleva a la nada. En efecto, si la acción libre se proyecta hacia el futuro, hacia lo que no-es, la libertad se presenta como "una ruptura nihilificante con el mundo y consigo mismos: no ser aquello que es, sino ser aquello que no es".


Ése es en la mayor medida el sustrato del utopismo, de la consecuencia de la libertad como negación del ser. Ahora bien, en la misma formulación está contenida la terrible consecuencia: ser libre para la nada. Sin embargo, siempre dentro de la lógica sartreana, que intenta dar respuesta a la muerte de Dios (del dios-persona, codificado y moral, debemos aclarar a estas alturas), la libertad se impone al hombre como un castigo olímpico. Camus hablaría -y de hecho habló- del terrible destino de Sísifo. La libertad del hombre es un concepto que le resulta indisponible, superior, impuesto desde lo externo (consideraciones todas muy lacerantes al sistema pretendidamente autónomo del existencialismo), y que no puede ser negado. La libertad del hombre encuentra como límite la supresión de esa libertad, por más que la misma lo impela a una acción que niega al ser, es decir, por más que lo conduzca a la nada. Sartre lo dice muy claramente: "Libertad, elección, nihilificación, temporización son una sola y misma cosa".

La libertad que no puede dejar de ser tal, que no puede elegir entre ser o no ser libertad es para Sartre un límite, un dato primordial insuperable y generador de angustia. Se trata de la cárcel sin muros

Nadie mejor que Julius Evola para sintetizarlo: "El hombre moderno no es libre, sino que se encuentra con que es libre en el mundo en donde Dios ha muerto. Es entregado a su libertad. Y esto él lo sufre. Y cuando es plenamente consciente de ello lo atrapa la angustia y vuelve a asomarse también la sensación, de todos modos absurda, de una responsabilidad".


En fin, resulta indefectible que el curso de una libertad sufrida, impuesta, que en todos los casos conduce hacia la nada, acabará con todos los conceptos trascendentes, de una forma que para el hombre moderno, resulta indisponible: la libertad, la temporización y la nihilificación son una sola y la misma cosa...

La incapacidad intrínseca del hombre moderno de atisbar la trascendencia, de considerar aquello que le es supra- y súper-individual, que está más allá del tiempo y del mero vivir para ubicarse en el plano del Ser, implica que todo intento explicativo de cara a una incapacidad infranqueable de aprehender conceptos abstractos trascendentes chocará contra una barrera abismalmente más infranqueable que la que presentan los jeroglíficos mayas. 


Después de todo, la religión no es sino la transposición normativa y simbólica de la metafísica, considerando una moderada perspectiva de comprensión general de parte de los feligreses; y la religión del dios-persona, de la moral dual y de los premios y castigos, es una transposición aun en términos más sencillos (la eliminación de los misterios y de los círculos herméticos transforma a esa última religión en una religión cercenada, que siempre terminará por ser una religión-opio), más democráticos (no por nada, en pleno aceleramiento de la tendencia disolvente, el Cardenal Bertone, en tiempos de Juan Pablo II, se ha visto obligado a declarar que "la Chiesa non è una democrazia"), apta para ser comprendida por un hombre progresivamente más simple y elemental, y con las pérdidas que esa simplificación naturalmente acarrea.

Pero lo que se afirma de la religión también puede ser sostenido respecto de la política, y de la historia, y de la filosofía.

En fin, para ser sinceros, no vamos a exceptuarnos de la regla respecto de la cuestión de marras, y seguiremos amagando tibiamente, como dijimos al principio. 


Volviendo a las referencias materiales y sensibles, las únicas que resultan categóricas para el mundo moderno, me llamó la atención la reflexión que Miguel Brascó dejó en su columna habitual de LNR (pág. 50) del último domingo, sobre todo, porque la misma apunta al vino, y resulta por tanto un recuerdo emotivo inmediato y persistente, después de todo lo que hemos descorchado y brindado el 24, el 25, el 26 por las dudas, el 30 para ir entrando en calor, el 31 con parte de la familia, el 1º con el resto de la familia, y el 2 con los amigos...

"Con los vinos argentinos soy, asumido, un tendencioso. Mantengo firme que son los mejores vinos argentinos del mundo. Con la acidez justa, la fruta justa, el alcohol justo, la drinkabilidad perfecta y la amabilidad sensual que mejor se adecua al paladar argentino mayoritario. Una de las tres enologías mundiales -junto a la francesa y la italiana- más sagaces y sofisticadas.

"En consecuencia, cuando un vino argentino es bien argentino yo lo promuevo, lo defiendo, soy su incondicional. Cuando, en cambio, por fashion o cholulismo alguno se concentra a la californiana, se acidifica a la française, o se pone duro penedés, yo lo critico y vilipendio. Fanático, parcial, lucharé siempre para evitar que nuestros tintos desdibujen sus perfiles varietales y su identidad nacional para convertirse en fotocopias o en commodities internacionales".


¡Salud! Y muy feliz año (y feliz nueva década) para todos.