viernes, 27 de noviembre de 2009

Argumentum ad verecundiam





El humanismo sigue confiando ciegamente en la capacidad del hombre de conjurar todos los males que acarrea la existencia. El humanismo del progreso y del crecimiento indetenible, que consume recursos a un ritmo varias veces múltiplo del ciclo de renovación natural; y el humanismo verde, que confía en que un hombre ludita e irenista es el único capacitado para evitar los cambios que operan espontáneamente en el mundo, y garantizar un vergel perpetuo para las futuras generaciones. El humanismo, para decirlo claramente, confía demasiado en el hombre. Luego de derribar el teocentrismo, ha puesto al hombre en el lugar de redentor protagónico. Lo que por otro lado es una gran responsabilidad, entiendo, para la que el hombre no está ni nunca estuvo ni estará preparado. Para los unos, la responsabilidad conservacionista, frente al desmesurado crecimiento demográfico. Para los otros, la responsabilidad cientificista de aportar las soluciones a los problemas. De crear una bacteria que se coma a la basura pero que se detenga sólo en ella. De crear carne artificial para alimentar el mundo (“chuletas de cerdo sin cerdo”, como me dijo alguien alguna vez); de conjurar quién sabe cómo, el desequilibrio en la composición de la atmósfera que aportan los millones de toneladas de carbono arrojadas día a día por miles de millones de automóviles, de chimeneas, de seres humanos; de desalinizar el agua por algún método que no insuma tanta energía como los actuales….

Todo el mundo parece haber sido humanizado, poseído, objetivado, apropiado utilitariamente, parcelado hasta en la más ínfima o ridícula porción (hoy día la lupa de la apropiación se dirige hacia las explotaciones del lecho marino de profundidad en aguas internacionales, que permiten la exclusividad para el explotador de parcelas de 10.000 km2). Y el humanismo se ha apropiado del mundo, al punto que todas las querellas, la delimitación de los bandos en oposición, las ideas alternativas, se dan exclusivamente en su ámbito, y cada vez ese ámbito es más restringido, más pequeño, siempre en camino a la unicidad. La unicidad de lo científico.

El humanismo se soporta en la ciencia, que no es lo mismo que la tecnología. La tecnología es un factor tan natural como el cuerpo. Coexiste con todos los animales desde las colmenas, los hormigueros, los diques de los castores… Modernamente, como claramente expresa John Gray en Perros de Paja (Paidós, Barcelona, 2003, pág. 25), “Las ciudades no son más artificiales que las colmenas de abejas. Internet es tan natural como una tela de araña. Según han escrito Margulis y Sagan, nosotros mismos somos artilugios tecnológicos inventados por antiguas comunidades bacterianas como modo de supervivencia genética… Concebir nuestros cuerpos como naturales y nuestras tecnologías como artificiales es dar demasiada importancia al accidente de nuestros orígenes”.

En cambio la ciencia es una creencia, equiparable a cualquier otra. A la religión o a la moral. Es la creencia en el valor supremo de la razón como parámetro de verdad. Pero la razón es tan limitada como el ser humano que la contiene y la forma. La razón está limitada a lo que el ser humano puede representar del mundo, mediante la limitada captación de sus sentidos. Aquello que está sobre el violeta o bajo el rojo es invisible para el hombre. Como ha reflexionado sabiamente Georg Simmel en el primer ensayo de Intuición de la vida (Caronte, Terramar, ISBN-9789876170024), los límites humanos están en permanente expansión, pero la expansión de los límites nunca implica supresión de ellos, sino la consolidación provisoria de un nuevo límite. Obsérvese que en ese contexto, cada nuevo avance es contemplado como una sólida verdad inconmovible, que luego, años o siglos después, incluso será vista con desprecio, si no con hilaridad o “cruel benevolencia”. Uno puede leer hoy día que la ciencia establece, con un margen de error del 1,5%, la antigüedad del universo (por un proceso de regresión del movimiento centrífugo de las galaxias desde el Big-Bang). O que el número de galaxias es de entre 200.000 y 300.000, y no puede evitar sentirse como en el mundo que Lisa Simpson creó con una muela en un vaso de plástico.

De forma tal que el hombre es de naturaleza limitado, y cada progreso, que al comienzo es interpretado como liberador, sólo conduce a la decepción del hallazgo del nuevo límite.

El hombre está limitado originalmente por su misma vida. Es decir, tiene una vida limitada. Y por más que la humanidad pueda acopiar la memoria, el archivo suficiente como para superar a los restantes animales (como decía Nietzsche, hace miles de años que todos los días, al despertar, el tigre comienza a ser tigre), nunca podrá evadirse de sí misma y de los propios límites que signan al hombre. Esos límites, como han observado pensadores más preclaros, denominados arbitrariamente como antirracionalistas, superhumanistas, etc., están marcados por la propia naturaleza del hombre. Por eso la inscripción en la puerta del templo de Apolo en Delfos, luego adoptada por Sócrates: “Conócete a ti mismo”. Y no está de más recordar que Apolo es el padre de todas las ciencias.

Siempre detrás de todo presupuesto, de todo postulado, y sobre todo, de todo camino de investigación y/o de desarrollo, hay un interés prerracional, instintivo, que rige soberano. La inversión de la barbaridad soberbia del cartesianismo, aquello del Je pense, donc je suis”. Más bien sucede lo contrario. Yo soy, con mis limitaciones, y actúo, y luego procuro explicar y explicarme por qué actué de esa manera.

El límite de la vida, por ejemplo, constituye hoy por hoy y desde hace un tiempo uno de los desvelos más tenaces de la ciencia, que restituyendo la utopía de Condorcet, pretende procurar la inmortalidad en esta vida, luego de haber demolido el concepto de la vida ultraterrena. Distintas técnicas empiezan a aparecer en el horizonte, desde la clonación a la reproducción de la mente —y de la personalidad, cuestión algo más álgida— en un soporte virtual, siempre asociadas con ese desmesurado prestigio que se le da a la razón en orden a la existencia humana. Pero la razón, que es hija de la consciencia, también ha logrado encontrar otro límite. Su propio límite. El hombre realiza una milésima parte de sus acciones cotidianas de forma consciente. El cerebro controla simultáneamente un millón de funciones, del nivel muscular, orgánico, celular, etc., y de ese millón sólo una es consciente. Si la vida se reduce entonces a la razón, o sea a la consciencia, entonces es muy poco vida (una millonésima parte de vida). Tan así son las cosas, que desde antiguo el hombre ha recurrido a distintos métodos para sustraerse de la consciencia en el camino del autoconocimiento. Y acaso, ¿no intenta el psicoanálisis horadar por sobre la mascarada de la consciencia para encontrar los procesos que la conforman?

La prolongación de la vida, que es el camino provisorio en la meta de la eternidad en este mundo que se ha propuesto la ciencia contemporánea, no es otra cosa que la obediencia ciega, prerracional, primigenia y por tanto prioritaria, a un impulso y a un temor: el que surge de la convicción que el humanismo tiene de que después de la muerte no hay nada. Y como el humanismo es por esencia individualista, el impulso es el mismo que acomete a las personas en situación de vida o muerte: el egoísmo. El querer quedarse no implica otra cosa que el no aceptar que uno debe irse en algún momento para dejar paso a los que vienen después, y así renovar el ciclo de la vida. Entonces, la vida eterna no es otra cosa que la negación de la vida, y si la vida está negada, la eternidad es la de la nada… De modo tal, que al cabo de semejante procedimiento híper científico, nos encontramos en el punto de partida. La consecuencia de la eternidad es la nada, o sea, la muerte. Como en Ubik, de Philip K. Dick, nos encontramos encerrados en nuestra vida prolongada, en nuestro estado de “semivida”, pero estamos irremediablemente muertos, y nuestras “experiencias” son “reproducciones” de nuestra vida, recuerdos y conceptos transformados y deformados, como los sueños. Porque no tenemos capacidad de crear nuevas vivencias, ya que ellas no provienen de la razón sino de todo aquello más profundo, más inasible, más ajeno a nuestros sentidos y por tanto irrepresentable.

Después de tanto indagar, se ha llegado a la certeza de que lo que nos mata es lo que nos hace vivir: el oxígeno. Nos oxidamos, por eso envejecemos y luego morimos. Vivir sólo cuesta vida. Inclusive, una línea de investigación, una teoría biológica, conduce a sostener que la cantidad de latidos es la que condiciona la duración de la vida, y a postular entonces, además de una vida hipocalórica, austera por demás, una vida sumamente quieta. Actualmente se están desarrollando diversas drogas que intentarán, en el breve plazo, conjurar algunos efectos de los radicales libres para ralentizar el envejecimiento. Pero, ¿para qué queremos, en este mundo tan utilitario, sino sólo para respetar el capricho egoísta de algunos favorecidos por permanecer, tener una enorme población de gerontes gimnásticos, frente a la atroz superpoblación, la marginalidad y exclusión que la maquinización genera, la contaminación ambiental y la escasez de recursos naturales? Lo dicho otra vez. No hay razonamiento lógico que acompañe el paso decidido de la ciencia, y entonces, según los propios criterios de verdad que le otorgan su prestigio, la ciencia es falsa, es un artificio tan respetable (o tan poco respetable, según quién mire) como el mito o la religión.

Nuevamente cito a John Gray (op. cit., pp. 26-27): “Los fundamentalistas científicos aseguran que la ciencia es la búsqueda desinteresada de la verdad. Pero cuando la ciencia es representada de ese modo, se obvian las necesidades humanas a las que sirve. Entre nosotros, la ciencia satisface dos necesidades: la de esperanza y la de censura. Sólo la ciencia sirve actualmente al mito del progreso. Si las personas se aferran a la esperanza del progreso, no es tanto por una creencia genuina como por el miedo a lo que puede venir si abandonan esa esperanza.

[…]

“Y sólo la ciencia tiene el poder para silenciar a los herejes. Hoy en día, es la única institución que puede afirmar esa autoridad. Al igual que la Iglesia en el pasado, tiene poder para destruir o marginar a los pensadores independientes. De hecho, la ciencia no proporciona ninguna imagen fija de las cosas, pero al censurar a aquellos pensadores que se aventuran más allá de las actuales ortodoxias, preserva la confortante ilusión de una única cosmovisión establecida. Puede que sea desafortunado desde el punto de vista de alguien que valore la libertad de pensamiento, pero es indudablemente la principal fuente del atractivo de la ciencia. Para nosotros, la ciencia es un refugio que nos protege de la incertidumbre y que promete —y en cierta medida, consigue— el milagro de librarnos del pensamiento, en la misma medida en que las iglesias se han convertido en santuarios de duda”.

¿Cómo es que la ciencia silencia a los herejes? Uno de los métodos preferidos es el control de círculo áulico de las “publicaciones de prestigio”, y de las universidades y centros de investigación “oficiales”. Actuando como una camarilla el grupo de científicos que ostenta determinada posición “oficial”, va a cerrar el acceso a aquéllos que intentan refutarla, o simplemente, divergen de esa posición. En el mundo de la ciencia, no hay lugar para las discusiones. Como vehículo de acceso a la verdad (y en ello la ciencia sigue plenamente a la teología, que también considera que la verdad es un concepto inmanente que gobierna al mundo, y que el hombre sólo puede acceder a ella por la fe en Dios/en la ciencia) la ciencia es sólo una. No admite divisiones ni discrepancias. Porque a diferencia de las mentiras, que son muchas, la verdad sólo puede ser una. Entonces, a diferencia de lo que ocurre —debería ocurrir— en otros ámbitos de la actividad humana, como la política, las artes, el derecho, el deporte, en el ámbito científico no hay lugar para el debate, y por tanto para el disenso. O se comparte con quien detenta el poder de fijar la verdad, o se es réprobo e inmediatamente segregado de los ámbitos de privilegio y excluido de los cenáculos prestigiosos.

A propósito del Climagate, el diario digital chileno El Ciudadano publica, en un recomendable artículo, el siguiente extracto, bajo el título “Conspiración para no dejar publicar a los escépticos”:

“Uno de los más repetidos mantras de los climatólogos creyentes consiste en que los escépticos no publican en revistas científicas respetables, las llamadas peer-reviewed, y ellos sí. Pero parece que en parte esto sucede por un esfuerzo concertado para que así sea. Uno de los intercambios de correos desvelado se indigna ante la publicación de un par de papers científicos de los escépticos en la revista Climate Research y promueve un boicot contra la misma.

“Ese intento de acallar las publicaciones científicas escépticas alcanza al IPCC, el macroinforme de la ONU que se supone contiene toda la información relevante sobre la ciencia del clima. Pues bien, otro de los correos muestra a estos científicos indicando que harán todo lo que puedan para evitar que un estudio contrario a sus teorías llegue al IPCC, incluso aunque sea a costa de ‘redefinir lo que significa un estudio peer-reviewed’”.

Constituye un verdadero peligro para la libertad de pensamiento que diversas disciplinas no exactas, concretamente, las llamadas “ciencias del hombre”, queden atrapadas en esta maraña teológica de verdad única. Concretamente, resulta perturbador comprobar la extensión de esas prácticas de exclusión y boicot para con la Historia, que es una disciplina que, por su propia naturaleza, configura el devenir político y espiritual de los años futuros.

Yo he tenido oportunidad de comprobar el sistema de discriminación que se establece en el CONICET respecto de los historiadores-investigadores que discrepan de las posiciones oficiales del círculo hermético de los conservadores de las verdades oficiales. Un dictamen del año 2005 explica —con bastante objetividad y sinceridad, por otra parte, circunstancia infrecuente en estas censuras— el porqué de la denegación de una solicitud de ascenso de un laureado investigador con muchos años de experiencia, doctorados, libros y publicaciones en su haber, al grado superior: “…no me refiero a este caso particular; tengo más bien en mente como ejemplo otros, en que una promoción fue denegada a investigadores brillantes por similares criterios, aun contra el juicio de las Comisiones Asesoras. Con el criterio que señalo, más allá de mi apreciación personal de la obra de …, creo que es difícil considerar que el volumen de su labor no corresponda a la categoría que solicita. En cambio, si se aplica el criterio restrictivo…”

El “criterio restrictivo” tenía que ver con un requerimiento extra legal, vinculado con determinadas actividades dentro del organismo que por supuesto los guardianes de las promociones reservan exclusivamente para sí. Pero sin embargo, es el que resultó aplicado, y a nuestro ingenuo postulante se le vedó el acceso a su merecido ascenso y, en la consideración que las publicaciones “de prestigio” y otros cenáculos por el estilo se hace de su carrera e/o idoneidad, el susodicho estará en inferioridad respecto de sus colegas que se promocionan exclusivamente entre sí en un fregadero de recíprocas alabanzas.

Todo ello abre la puerta a una de las armas de descalificación del hereje más comunes en el mundo científico, sobre todo aquél que por versar sobre las “ciencias del hombre”, es por naturaleza polemógeno, y es el argumentum ad verecundiam, que “implica refutar un argumento o una afirmación de una persona aludiendo al prestigio de la persona opuesta que sustenta el argumento contrario y el descaro del que se atreve a discutirlo, en lugar de considerar al argumento por sí mismo. Como tal es lo que vulgarmente se denomina una descalificación, ya que pretende menguar la categoría de un argumento mediante la apelación a la escasa formación o prestigio de quien lo sostiene en comparación con el de su oponente”.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Nuevas Cadenas (o innoble igualdad)

Desde arriba de la torre puede otearse el horizonte y divisarse la gran aldea del mundo. Se ven así, en donde antes estuvo la ciudad, los nuevos nichos segregados, la fragmentación provocada por el triunfo de los universales, de los absolutos, de los abstractos, del individuo y la Humanidad por sobre los hombres concretos, sus familias, sus hogares, sus patrias, sus amigos, sus grupos, sus principios y lealtades. Se ven los excluidos y los que se excluyen, y los que quedan en el medio, soportando los costos de un todo derruido y disgregado. De una gran soledad y desamparo. Se oye el ruido de nuevas cadenas...

Me silbó un pajarito que el amigo Torrero había actualizado el pasado martes 24 de noviembre en este sitio. Entré ilusionado, pero lo que leí fue muy superior a cualquier expectativa que el mayor optimista pudiera hacerse en estos casos. Una pieza literaria, filosófica y política fundamental, de la que suscribo cada palabra. No dejen de leerla.

martes, 24 de noviembre de 2009

Observación de la mayoría silente

Rolando Hanglin: Un hombre de derecha, aparecido en La Nación este Martes 24 de noviembre de 2009.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Movimiento Nacional / Categorías Internacionales

De los comentarios del post anterior, hubo uno de Almafuerte, que como dicen los jóvenes de hoy en día, “me hizo ruido”. O sea, me llamó la atención, me motivó a sacar del armario mi costado didáctico, intentar ordenar un poco las propias ideas (benéfica consecuencia de la interrelación dialéctica), y esbozar, en prieta e improvisada síntesis, el texto que ahora presento en forma de post.

A esta decisión, ayudó bastante la opinión de Destouches, la cual valoro especialmente, así que, tal cual anticipé en los comentarios de marras, ahora cumplo. También ayuda la víspera de un acontecimiento trascendente. Me refiero a la conmemoración, el día de mañana, 20 de noviembre, de la Soberanía Nacional. Término hoy día vaciado de sentido, vilipendiado por los internacionales que no dudan en engancharse como vagón de cola de cualquier tren externo que pase, a cambio de algunas valijas de petrodólares o de lo que sea (a veces a cambio de nada, por cholulos, nomás). Los internacionales que aplauden cualquier intromisión en nuestra jurisdicción penal, que por definición, es improrrogable, exclusiva e irrenunciable, a favor de intereses de afuera que no siempre son sanctos, pero que en todo caso, siempre son, precisamente, de afuera, o sea, ajenos a nosotros, por más que en los fines se compartan. Porque si compartimos con el vecino que la patrona necesita de atención, de un mimo, de una caricia, no por ello vamos a permitir que el vecino nos la manosee… ¿o sí? Los antinacionales que hacen abandono de sus hermanos, los condenan al desamparo, la marginalidad, la droga y el delito. La droga, precisamente, el nuevo imperialismo trasnacional, definitivamente afincada, promovida, protegida, y después protectora y promotora, y así el ciclo se retroalimenta. Los que estimulan el asentamiento indiscriminado y promiscuo de inmigrantes marginales, en detrimento de los propios nacionales que no tienen ni trabajo, para modificar la base electoral. Porque hay en todo ello un profundo egoísmo. El de juntar para uno, para después abandonar el barco destruido, como parásitos. Reñido hasta la exasperación con las muestras de noble sacrificio y valentía de Mancilla, Chilavert, Alzogaray, Brown, Palacios, Cortina, Thorne

En fin, que casi me voy de tema. Almafuerte escribió en el mentado comentario lo siguiente:

Estupenda nota. Deslumbrante el comienzo con la alusión al microclima ajeno a la sociedad.
Ahora bien, desde un lugar muy ajeno al peronismo y más que nada a la veneración de la abominable década del 70, pregunto: ¿tan difícil es definir el contenido ideológico de un partido? ¿tan difícil era decir claramente: "No, flaco, ESO NO ES PERONISMO, NO ME JODAN MAS"?
Cada vez que leo a los amables peronistas de Perón emocionarse con la extraordinaria visión política y estratégica del líder, no puedo dejar de pensar que por muy brillante que haya sido Perón como estratega, él es el responsable de esta debacle de identidad peronista que padecemos desde hace 40 años.
Más aún, no solo generó la confusión, sino que cuando percibió el desastre no supo enmendarlo. Y no es poca cosa, porque este conflicto de identidad del peronismo tal vez sea uno de los principales factores de nuestra actual decadencia.

La cuestión no es menor. Porque la crisis de identidad aludida tal vez no sea la del peronismo sino la de la Argentina toda. Porque como la identidad es también una decisión, tal vez el problema sea que la Argentina se decidió a no ser. Es decir, suprimió su voluntad de ser como nación y se limitó a emular, a traspolar, a diluirse en conceptos impuestos por otros, al punto que los otros son más importantes que los unos, que desfallecen y se diluyen irremediablemente en la otra orilla de la Laguna Estigia de la historia.

A continuación, la respuesta:



Qu’est-ce que c’est le péronisme ?

Es muy largo y complejo el tema para tratarlo en un comentario. Tan sólo me limitaré a decir que en la base doctrinaria del justicialismo, está el movimiento y no el partido (que es solamente una herramienta con fines electorales, que es una parte de la película; la otra, la única importante, es la de gobernar). Ello nos indica, por un lado, que el justicialismo es un sistema de gobierno, y no un partido político en el clásico sentido demoliberal del término. Como partido, se agota con la contienda electoral, y por ello el partido es una entelequia descartable cuando el justicialismo está en el gobierno.

Como movimiento, diseñado para gobernar (conducir), no puede por definición ser sectario o responder a los intereses de un grupo o facción, puesto que el gobierno debe comprender a la totalidad de los gobernados.

Como movimiento nacional (y ahí tiene usted una de las definiciones que reclama), tiene como clara meta para su acción los intereses nacionales.

Si hablamos de un partido “nacional” nos referimos a una capacidad de cobertura territorial en todos o la mayor parte de los distritos, de una maquinaria puesta al servicio de obtener representatividad nacional, y de acceder al gobierno nacional.

En cambio, al hablar de movimiento nacional (no olvidar que el nombre oficial es Movimiento Nacional Justicialista -MNJ-), se está hablando de una visión estratégica y una definida vocación política. Será entonces, en su carácter nacional, necesariamente tercerista, es decir, imposible de ser encuadrado (alineado) en el contexto de las grandes doctrinas internacionales (que desde 1945 y hasta 1991, guardaron la forma de imperialismos). Por derivación, se ganará como sus más fervientes, constantes y tenaces enemigos, a los internacionalismos (a los que el peronismo califica como “sinarquía”). La actitud de Braden, o la del Partido Comunista (embajada de la URSS en la Argentina), vienen a demostrarlo.

Como movimiento nacional, no admite entonces ningún tipo de dogmatismo, ni de sectarismo, puesto que su doctrina consiste justamente en la movilidad (de ahí, movimiento), acorde y sincronizada con la movilidad de los intereses tácticos de una Nación. En cuanto a los intereses estratégicos, ellos son menos movibles, y el justicialismo los ha definido sobre tres pilares: Independencia Económica (es decir, desarrollo autosostenible y capacidad para autoabastecerse; que deriva de las privaciones sufridas por efecto de la Segunda Guerra Mundial, durante y tras la cual faltaron neumáticos, gasolina, insumos industriales, etc.); Soberanía Política (vinculado con el no alineamiento, es a la Nación lo que la libertad es al individuo); y Justicia Social (como único camino a la unidad, que es el gran fin estratégico y el gran desafío que se le presenta a la Argentina desde sus inicios; no olvidemos que el lema de nuestro escudo patrio, desde 1813, es “en Unión y Libertad”, y que la unión ha sido el bien menos disfrutado por los argentinos en toda nuestra historia).

Para conseguir afianzar una senda dirigida hacia esos objetivos estratégicos, el dogmatismo (tara unánime de las ideologías del siglo XX) no sólo es inconveniente, sino que es directamente disfuncional. Atrapados en dogmas, en definiciones, en camisetas y en banderas (por eso la bandera del justicialismo es la bandera argentina), es imposible cumplir con los objetivos nacionales, y siempre se cumplirán los objetivos de un grupo o facción (como ocurre en los liberalismos y los socialismos). Y la consecución de los objetivos de un grupo o facción necesariamente implica la frustración de los objetivos de una Nación, en tanto superación de esas facciones a favor de la unidad.

Ésa es la doctrina, y es bien clarita. Perón, como profesor que era, siempre fue bien didáctico al respecto. Para combatir al sectarismo no se puede ser sectario y trazar una línea en el piso, sino que debe convocarse a todos a deponer sus dogmas e integrarse a la unidad que es la Nación. Gente cabal lo ha comprendido, y así buena parte de los comunistas del ‘40 se hicieron peronistas (v.gr., Borlenghi), y caminaron junto a radicales (Jauretche, Manzi), nacionalistas católicos, conservadores populares y hasta liberales. Deponiendo sus dogmas a favor de la unidad en pos de los objetivos supremos de la Nación.

La Nación es, como todo colectivo, una complejidad inmanente. Una Nación tiene aspectos socialistas, aspectos comunistas, aspectos liberales, aspectos conservadores. Pero es mucho más que esos aspectos o humores. Es una totalidad, o por lo menos, así lo entiende un movimiento nacional, que aloja a todos y en donde todos no sólo deben sino que primeramente pueden vivir en paz y en unidad.

Los dogmatismos aspiran a conseguir la paz imponiendo un grupo o facción sobre los demás, e imponiendo en consecuencia una praxis y una ideología en cada aspecto de la vida nacional. Logran así la paz de los sepulcros, y la unidad del único.

El peronismo es, doctrinariamente, lo opuesto.

Claro que ha quedado prisionero de las presiones de los internacionalismos operadas sobre las mentalidades de la gente, o de alguna gente, mejor dicho, para ser justos. Las presiones por definirse, por pronunciarse, por adquirir una ideología, por hacer flamear un dogma. Entonces, algunos de los mismos peronistas, cuando la acción de gobierno ya no podía soslayar las incertidumbres en esas definiciones internacionalistas, comenzaron a definirse: que si somos de derecha, o de izquierda, o de centro [Y fíjese usted, que muerto Perón, ese desvelo por definirse en términos internacionales continúa: Menem incorporó el PJ a la Democracia Cristiana, Duhalde lo sacó de allí, y dijo que el peronismo era de centro-izquierda; etc.]. Que si somos socialistas, o fascistas, o nacionalistas. Y cada uno fue en busca del oráculo, a ratificar en la opinión del General su propio punto de vista. Y volvían contentos cada uno con la frasecita que les venía mejor para lo que pensaban de antemano. Perón nunca quiso convencer a nadie de una idea. No era un profeta, ni un predicador de la buena nueva, ni un misionero ni un militante (suerte de beatitud ético-política setentista ahora remasterizada).

Siempre Perón les habló a todos los peronistas, y a todos los argentinos, desde los intereses estratégicos de la Nación. Siempre habló para los argentinos, y si identificó enemigos, no lo era por su carácter de antiperonistas sino de antiargentinos, en su concepto, claro está, de Nación.

Por todo ello, no se pudo durante sus 30 años de acción política, ni luego, durante sus 35 años de ausencia física, ni ahora se puede, ni mañana se podrá, establecer un dogma peronista en sentido partitocrático. Porque, como bien dijo Alejandro Tarruela, desde lo doctrinario Perón era crítico de la Revolución Francesa y de las consecuencias de división (principiando, por las izquierdas y derechas) que ella ocasionó en el tejido social. Y si me apura, era crítico del sistema de representación demoliberal burgués.

Cuando aceptó los innovadores principios de la acción política que se imponían en el mundo desde los procesos de descolonización, lo hizo estrictamente desde su costado práctico, como vías para acceder al poder. O sea, les dio el mismo lugar que le dio en su momento al Partido Laborista, y después, al Partido Justicialista. El carácter instrumental y menor de lo táctico.

Lo que ocurre es que grupos o facciones intentaron luego imponer sus intereses sectarios desde el gobierno. Eso motivó que Perón debiera intervenir, tuviera que volver a calzarse la banda presidencial, siendo ya octogenario, y tratar de encauzar y pacificar. Toda esa acción, en un hombre anciano y enfermo, no hizo más que precipitar su muerte. Creo que es injusto decir que Perón fue “incapaz” de controlar “lo que él mismo desató”.

Un hombre que, siendo militar, siempre deploró la violencia, y que encima tuvo escasos 6 ó 7 meses, en los cuales por ejemplo, desenmascaró a los infiltrados para que la sociedad pudiera verlos sin sus caretas, e hizo la reforma del Código Penal instituyendo condenas a las acciones terroristas, como lo fue la figura de la asociación ilícita (razón de la salida del justicialismo de muchos diputados de la “tendencia revolucionaria”), así como sancionó a los militares de ejército que negociaban con Montoneros su incorporación a las fuerzas nacionales en carácter de milicias (lo que ahora hizo Chávez).

Perón identificó a la juventud que vendría a operar el recambio generacional, y a ella le dio su testamento político. Esa juventud estaba encuadrada mayormente en Guardia de Hierro. En tanto, a los revoltosos que hablaban de “Patria socialista”, esos jóvenes a los que él confiaba “nacionalizar” como había hecho en el pasado con tantos comunistas por ejemplo, les confió inicialmente el Ministerio de Bienestar Social, “para que cambiaran fusiles por frazadas”, como alguien dijo por allí.

En fin, ya sabemos el resto de la historia.

El artículo aquí posteado no hace más que poner de resalto la tozudez de esos facciosos, y su fuerte convicción ideológico-dogmática, de corte internacionalista (además de su filiación a la OLAS, como el resto de las guerrillas castristas que operaron en Latinoamérica).

Pero no me parece que en ningún momento Perón no haya sido claro. Lo que ocurre es que, aquél que no persigue buenas intenciones, suele hacerse el otario cuando escucha cosas que no quiere oír. Pajarito Grabois, dirigente del FEN (Frente de Estudiantes Nacionales), de orientación marxista, cuando se unió a Guardia de Hierro hizo este comentario que creo que es bastante claro (cito de memoria, así que no es textual): Es incomprensible que, viniendo de afuera, vos te quieras plegar a un movimiento, y luego quieras que el movimiento haga lo que a vos te parece. Cuando uno se incorpora a cualquier institución, organización, movimiento, lo hace porque comulga con sus fines y sus sistemas. Nadie se une para poner todo patas para arriba. Ésa es la clave para definir el criterio de “infiltrado”, o “topo”, si queremos estar bien a la moda de la tan frecuente praxis marxista de la época.

Mis cordiales saludos, y perdón por la extensión e improvisación de estas líneas.


miércoles, 18 de noviembre de 2009

Actualización para desactualizados

Luciano, en Desierto de Ideas, publicó el 22 de enero de 2009, el excelente artículo que pego a continuación. Ciertamente, podría haberme limitado a poner el link (que por cierto es: La vara que se quiebra bajo el agua). Sin embargo, creo que de esta manera, lo rescato de la transitoriedad propia de la dinámica blogueril, y lo reinstalo para su lectura, en vistas de su absoluta vigencia (que seguirá siendo la misma mientras Perón y el peronismo constituyan los salvoconductos elegidos por advenedizos, demagogos, entristas, simuladores y crápulas varios, para llegar a ese pueblo al que no entienden y al que en el fondo desprecian profundamente). Que lo disfruten.



La Vara que se Quiebra bajo el Agua.

¿Qué ves cuando me ves? Comprender la política y actuarla eficazmente compromete a la tarea diaria de disolver la ilusión del microclima (la ideología, la rosca, la interna de la línea interna, la reunión partidaria-comiteril, el folklorismo consignista de plenario). Un ambiente que prisioniza la mirada, la embota. La desvía. No es fácil abstraerse asépticamente de lo microclimático dado su inherencia al quehacer político, pero en la virtud de no embriagarse con el elixir de las cantatas y los catecismos reside en buena medida la posibilidad de visiones más ajustadas a la realidad.

Se habla de lo que dijo Perón. Las aparentes definiciones tajantes, “la bendición al proyecto montonero”. Corrijo: lo que se quiso entender. Pero muchos todavía me dicen: “Y, con lo que dijo Perón en Actualización doctrinaria, cómo no queres que la jotapé se haya cebado!” Y yo contesto: que de Actualización política y doctrinaria para la toma de poder no se deduce un Perón guevarista, franzfanonista, o hochiminhista.

La conjunción de la figura de Perón con los textos emancipatorios que regían el clima de época como parte de una “natural” construcción teórica no estuvo a cargo de Perón, precisamente.

Más que entender lo que Perón dice, los entrevistadores se afanan en lograr que el líder diga lo que ellos quieren escuchar. Es notorio. Cada pregunta busca que Perón se asuma como ideológicamente revolucionario a la usanza sesentista. Algo que nunca iba a suceder, ni debía. Cuando habla de revolución, Perón la llama nacional, justicialista, la fija en lo ya acontecido en el pasado e interrumpido en 1955. No postula la adopción de ningún paradigma revolucionario preexistente. El peronismo funda su perdurabilidad, su supervivencia, su popularidad y su éxito en la carencia de paradigma.

Pero Solanas busca definiciones, “titulares de tapa”: Argentina será Cuba, Vietnam o Argelia. Perón abraza el neoleninismo. Pero no. Perón dice: “Nuestras banderas de Justicia Social, Independencia Económica y Soberanía Política son inamovibles, POR LO MENOS POR UN LARGO PERÍODO DE NUESTRA HISTORIA serán inamovibles. Luchamos por eso (…)

Situado en 1971, Perón linkea a 1945-1955, al pasado nacional, y no a La Habana 1959, a Argel 1962 o a Hanoi en la víspera.

Conceptualmente y políticamente (ideológicamente), Perón es coherente: dice lo que dijo siempre, no hace ninguna pirueta de ocasión. Conducción, estrategia, organización, táctica, liberación. Una cosmovisión de la política. Propia. Inamovible.

Releo aquel reportaje-película del grupo Cine Liberación y sigo captando las mismas sensaciones. Perón desgranando sus conceptos medulares. Aquellos forjados entre clases en la Escuela de Guerra, la estadía italiana, una pertenencia militar pero no aristocrática. Los apuntes de la historia militar en el origen de la experiencia política, para luego concebir los textos fundacionales, los erróneamente desdeñados por la tendencia revolucionaria. Porque el clima de época ordenaba pensar que Perón encabezaría la toma del Palacio de Invierno. ¿En que octubre se pensaba? ¿Cuál era la base práctica de aquella teoría?

Y sin embargo se sigue escuchando: “¡Vos viste lo que dijo Perón en Actualización Doctrinaria!”.

Solanas-Getino, desesperados. ¿Pero el justicialismo es socialista, socialista “de verdad”, no General? Natural, m´hijo. Socialista en cuanto la justicia social es la bandera irrenunciable del proyecto nacional. ¡Pero la puta madre! Otro link al ´45.

¡Pero nosotros queremos Cuba, General! Pero m´hijo, ud. que quiere, ¿paradigma dogmático de la revolución o revolución nacional justicialista? Esteee…

Lo interesante del reportaje es que anticipa algunos de los luego crecientes desencuentros entre Perón y la izquierda peronista: Perón explica la centralidad de la conducción en el movimiento. Solanas pregunta si la llegada de un nuevo conductor NO ESTARÍA REÑIDA con el proyecto de una organización revolucionaria. Perón contesta que no, que el conductor siempre necesita a la organización. Solanas-Getino insisten sobre la imprescindibilidad de la orga(nización). En la persistente pregunta de Cine Liberación se esboza el desajuste interpretativo de Montoneros: el menosprecio de la figura del conductor para en su lugar colocar la hegemonía de la orga vanguardista.

¡Pero m ´hijo , esto es un movimiento nacional, no un partido de clase!

En el 1971 madrileño se preludia el 73-74 argentino.

En Actualización…, Perón cita a Mao, menciona a la revolución rusa…pero tan sólo a los efectos operativos, ejemplificatorios de una modalidad de la acción política, y no para adoptar contenidos político-ideológicos de esas experiencias como propias e incorporables al peronismo. El clima de época parece haber conspirado contra el entendimiento de estas cuestiones.

Cuando se homologó a Perón con Guevara, Ho Chi Minh o Mao y se lo colocó en el Olimpo equivocado, ay, ay… no fue el propio Perón quién eligió situarse allí.

La juventud maravillosa quería Marx, Lenin, Fidel, Fanon, Giap, Camilo Torres.

Perón habló de la concepción justicialista y mentó otras bibliotecas menos taquilleras: Licurgo, Bonaparte, Ibáñez o Rojas Pinilla, Von der Goltz, Toynbee, Helder Cámara.

Pero cuando vemos lo que “queremos” ver…

¿En que parece haberse sustentado “la traición” de Perón, la no opción por la izquierda peronista; aquello que se ha transformado en la interpretación oficial de un irresponsable bonassismo que vilipendia la figura de Perón porque “al final era de derecha” (¿no suena familiar?), “un maquiavélico aprovechador de jóvenes idealistas que querían la revolución”, discurso que abonó malamente el terreno de la disputa ideológica para desprestigiar al Viejo, simplificando el tema Triple A a costa de muchos otros silencios que involucran los numerosos “muertos en el placard” del montonerismo?

Un discurso oficializado que cierto peronismo de izquierda devenido hoy en progresismo pontífice que imposta virginalidad, atesora como la más preciosa verdad histórica. Ese discurso resentido que define a Perón como traidor tiene un pueril origen: el hecho de que el Viejo no haya aceptado la biblioteca (“nuestras lecturas”) revolucionaria neoleninista sesentista. Perón no se unió al microclima. No acató “nuestras ideas”, las que asimilaron infantilmente a Argentina con Argelia. Solanas y Pontecorvo en el mismo programa cinematográfico e histórico. Una errada función en continuado.

Todo lo que “no decimos” para no ser “funcionales a la derecha”.


A propósito de todo el texto transcripto, también hay otro muy interesante sobre la cuestión aquí.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Catarsis

En esta Argentina-potencia, de la producción y el trabajo, vive un gil que tiene que quedarse en la oficina hasta esta hora, porque no puede volver a su casa, ya que no sólo no hay luz desde el aguacero de las 5 de la tarde, sino que se agotaron también las luces de emergencia del edificio, y tiene entonces que subir 12 pisos por escalera, llamar al delivery por celular, bajar a abrir y volver a subir por escalera con la comida (porque encima su cordial familia prefiere quedarse refugiada en la cueva neolítica, argumentando el cansancio semanal que suele llegar los viernes a su apogeo, pero que parece que se hace insostenible comiendo en un restaurante de forma más o menos decente).

Compro urgente.

El gil no se encuentra sorprendido, ni siquiera por la actitud de su familia, que se sustenta por cierto en determinadas reglas del decoro y/o de la coquetería, según se mire, ya que nadie se puede bañar porque el termotanque es eléctrico, y entonces no puede nadie tampoco estar presentable para salir a comer afuera.

Pero menos sorprendido se encuentra el gil aun por este corte de luz, ya que la misma situación se ha repetido en los dos aguaceros anteriores. Y como Buenos Aires no padece de sequías, como lamentablemente sufren las regiones en donde el agua sí es necesaria (porque ni suerte para eso tenemos, y si la Argentina fue santacrucificada como calificara acertadamente Jorge Asís hace ya tiempo, su clima fue, sin dudas, patagonizado, lo que derribará próximamente las módicas aspiraciones que los discursos trillados y ominosos sostienen en esa "capacidad de alimentar a 400 millones de personas"; habrá que apurarse, porque los millones de cabezas de ganado muerto de hambre y sed se pudren rápido...)



Decía que, como en Buenos Aires son frecuentes estos chubascos, todos rápidamente comprenderán que el gil se queda sin luz al menos una vez por semana. Y al día siguiente, o algo así, ve a la cuadrilla diligentemente trabajadora, overol, casco amarillo, concentración y solemnidad, trabajando en cierta fosa que se volvió a inundar por enésima vez, con capacidad para secar lo que se seca solo e incapacidad para evitar que se moje otra vez lo que siempre se moja.

Pero para no dejar en esto solo la catarsis que me he propuesto, contaré algunas cositas más de esta bienaventurada aventura cotidiana.

1) Tras haberse informado de piquetes, calles en reparación, cambio de sentido de circulación, restricciones de toda índole, etc., el distraído paseante, con su paciencia oriental al hombro, decide, en hora-valle (que es la forma casi bucólica con que se denominan aquellos lapsos en los cuales el tránsito es menos intenso) tomarse un taxi en pleno barrio residencial, tranquilo, aburrido casi. Hace dos cuadras, y el tráfico se intensifica hasta abrumarlo. ¿Qué pasó? ¿Por qué ese atolladero infernal, con cada uno tratando de pasar por el más pequeño resquicio, trabando entre todos cualquier opción de escape, como un tetris endemoniado? Resulta que al Gobierno de la Ciudad se le ocurrió cortar por entero una calle, y le pareció que lo más razonable era indicar dicha circunstancia directamente cruzando unas cintas de plástico amarillo con la letra H entre esquina y esquina. ¿Para qué gastar el dinero de los contribuyentes en poner un par de cartelitos con 200 metros de antelación previniendo a los automovilistas de que se están metiendo en un callejón sin salida?
Fuente: Lorenafrost.blogspot.com

2) Roto el microondas de 10 años de antigüedad, que ya no conservaba ninguna virtud, a no ser, la de calentar hasta el rojo-blanco la vajilla, la feliz familia de clase media se dispone a comprar en Frávega uno nuevo. Para ello recurre al prestigio de la casa que vende y al prestigio de la marca que compra: Electrolux. Paga taca taca y se lleva el flamante microondas Electrolux a su casa. Luego de 1 mes y medio, y de utilizarlo para calentar vianditas de comida dietética, a razón de 3 minutos por día, el microondas, sin siquiera avisar, y en medio de uno de esos rutinarios calentamientos, palma. Que enchufarlo y desenchufarlo, mirarlo por los cuatro costados pero sin tocarlo, porque está estrictamente prohibido abrir la tapa, la familia de clase media llega a la conclusión de que el microondas está irremisiblemente roto. Y teniendo en cuenta que tiene 1 hora y 40 minutos exactos de uso, comienza a sospechar que ha sido estafada.

Llama entonces a Frávega para hacer el reclamo, y una semana después se lo pasan a buscar por la casa, aclarando el personal que lo retira que los Electrolux parece que vinieron casi todos fallados, porque ese mismo día ya retiraron varios con el mismo problema de muerte súbita prematura. Entonces se les pregunta a los retiradores qué es lo que piensan hacer con el artefacto trucho, ya que al estar en garantía, y dado el escueto tiempo transcurrido desde la compra, lo lógico sería que les dieran un aparato nuevo, y no el fallado reparado, porque de lo contrario, en realidad uno estuvo comprando como nuevo un cachivache reparado. Le contestan, como temían y de antemano en realidad sabían, que lo único que se puede hacer en estos casos es reparar el artefacto viciado, y agua y ajo. Que cualquier cosa hablaran con Frávega.

Fuente: Capusitalinda.blogspot.com

Se llama a Frávega, se amenaza con denunciar en Lealtad Comercial, se aceptan las risotadas de los interlocutores por semejante ingenuidad (leer la letra chica de la garantía)... y se comienza una larga y paciente espera. Cual menonitas hartos del progreso, la familia de clase media comienza a rescatar los viejos valores de la cocina artesanal y del baño maría, y espera, espera... Hace un mes que espera. Resultado del chiste: paga un aparato nuevo, en realidad obtiene un cachivache fallado, lo usa 1 mes y medio y lo espera (hasta ahora) otro mes y medio sin posibilidades de otra cosa que agua y ajo a baño maría. Mención aparte merece el personal de atención telefónica de Frávega, mezcla en dosis similares de oligofrenia tenaz y de robotización generación Arturito.

Arturito-tacho de basura.

3) Año y medio atrás, situación similar, pero con la cocina. También opción nacional (no recuerdo la marca, pero prometo agregarla en algún comentario), porque simplemente es lo único que se consigue. Al mismo precio que antes se compraban las cocinas italianas (o por lo menos, con la misma gravitación en el poder adquisitivo de la familia de clase media), ahora nos llevamos felices la cocina de industria nacional, sabiendo que le damos trabajo a compatriotas responsables e idóneos y que contribuimos a ubicar a la Argentina dentro de los 150 países más industrializados del planeta. ¡Lloren Yibuti y Botswana, lloren!

También en Frávega (mala costumbre de la familia de clase media, que demuestra que el argentino es un animal de hábitos, muy dispuesto a tropezar 100 veces con la misma piedra... y a comer sus alimentos crudos, por cierto).

Cuando vamos a usar el horno, resulta que a la industria nacional ese día le faltó un abnegado trabajador, y se había entonces olvidado de hacer los agujeritos por los que sale el gas. Llamado el plomero de siempre, éste viene, mira y nos dice: "yo le haría los agujeritos con la agujereadora (máquina eléctrica que hace agujeritos simétricos), pero mejor llamen al sérvice oficial, y que vengan ellos y le cambien directamente la pieza, porque si no, el día de mañana por ahí le hacen problema con la garantía".

Viene el señor del sérvice oficial. Abre la puerta del horno, se acuclilla y mira, se rasca la barbilla, va hasta su caja de herramientas y... ¡saca un clavo y un martillo! El sérvice oficial hizo a ojo, y artesanalmente, una serie de agujeritos asimétricos, más o menos alineados, con un clavo y un martillo. Hizo firmar una planilla, saludó y se fue.

La familia de clase media se quedó entonces feliz y tranquila, sabiendo que el comprar productos de la industria nacional, efectivamente, da trabajo a mucha gente.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Humo gay

En La Nación, Rolando Hanglin clava otra vez la pica en Flandes, como afortunadamente nos tiene acostumbrados en estos últimos tiempos, proponiendo, no sin fina ironía, y adjuntando fundamentos políticamente correctos, que la institución del matrimonio se reserve solamente a las parejas gays: El matrimonio, sólo para gays.

El planteo es brillante, y haciendo uso de una estricta lógica, parece irrefutable. Comentando hoy el asunto con un amigo a través del correo-e, se me ocurrieron las siguientes reflexiones al respecto:

"Pero en el caso de que el matrimonio se reservara solamente a ellos, los gays se sentirían discriminados, pensarían que hay gato encerrado, y entonces ninguno de ellos se casaría y menos adoptaría crío alguno.

"Es curioso cómo aquel grupo sociológico (antes que sexual, seguramente, puesto que hay y siempre hubo una importante proporción de homosexuales perfectamente integrados a la sociedad de consenso, que reniegan de las actitudes "plumíferas" y provocativas de la subcultura proclamada como orgullosa) que se autodenomina "gay" (o sea, alegre, divertido), por oposición al mundo de los heterosexuales, a los que denominan "paquis" (de paquidermo, pesado, rutinario, aburrido), termina por presionar a favor de su inclusión en instituciones marcadamente conservadoras y por sumarse a conductas a las que ellos mismos defenestran, claramente rutinarias y burguesas, como acontece siempre que hay matrimonio e hijos de por medio.

Como en una dialéctica hegeliana, o mejor, como un yin-yang sui generis, va a llegar un momento en que a la facción conservadora de la sociedad van a pertenecer todos los anteriores innovadores (que por llegar tarde, valoran instituciones que al resto ya no importan mucho que digamos). Algo parecido a los "espaldas mojadas" que consiguieron la green card: ahora son los republicanos más reaccionarios y los que más demandan un cierre de fronteras a la inmigración ilegal en los EE.UU.

Lo que está claro, es que el reconocimiento universal de derechos (que algún día, hará extensivo el día femenino a todos los mortales) no suprime las desigualdades, sino que las acentúa. Los derechos diferenciados apuntan justamente a enmendar desigualdades y nivelar los puntos de partida: que una persona casada tenga derecho a asignación familiar, porque tiene mayores gastos y responsabilidades que una soltera, que una madre parturienta tenga 3 meses de licencia con goce de sueldo, etc., hacen a garantizar la igualdad atendiendo diferenciadamente los casos particulares. En cambio, ¿cuál sería el integrante de la pareja gay que tendría 3 meses de licencia paga por maternidad cuando adopta? ¿O les corresponde a los dos? ¿O a ninguno?

En fin, temas siempre ríspidos. Sin embargo, hay que considerar que en crecientes sectores del turismo, del comercio y de los servicios, el público gay es preferente, puesto que está constituido por dos integrantes con ingresos, sin hijos y con costumbres hedonistas. O sea, gastan mucho. Y ello ha conducido a todo un giro en la política hotelera. Mientras hay cada vez más hoteles (y restaurantes) de categoría que impugnan a los niños como a los perros, y por tanto ahuyentan a las familias (generalmente, más gasoleras y de gustos menos refinados por presión de los infantes), hay también una creciente actividad de captación del público gay y de la "agenda gay" en las ciudades turísticas receptoras. Cualquier lugar que apunte a facturar en divisas fuertes, debe rápidamente ingresar en alguna guía especializada del sector y aclarar lo más claro posible que se trata de un sitio "friendly". Hasta marcas y líneas exclusivas han torcido toda su imagen de mercadeo para apuntar a ese segmento.

En fin, da la impresión de que la cuestión ésta del matrimonio entre personas del mismo sexo y la libre adopción son antes banderas de unificación de un estrato transnacional en pleno fervor político, una suerte de "empresas colectivas sectoriales", que de verdaderas reivindicaciones útiles y conducentes para un universo de gente a la que se pretende aunar tan sólo por sus gustos de alcoba.

Y también da la impresión de que, otra vez, nos ponen una cortina de humo delante de los ojos, para evitar que se traten con seriedad las cuestiones realmente apremiantes en una sociedad en disgregación y creciente violencia, enajenación y miserias de todo tipo (no sólo económicas, aunque de ésas, muchísimas).

martes, 3 de noviembre de 2009

RODEADOS


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Nos queda, claro está, la opción del helicóptero... Por lo menos, hasta que se compren las armas de los narcos de Morro dos Macacos.