viernes, 3 de octubre de 2008

El Imperio como idea (3ra Parte)

EUROPA: UN EJEMPLO POSIBLE


Siguiendo con el ciclo iniciado en el presente mes, acerca del Imperio como idea superadora del caos, reproduciré a continuación algunos fragmentos del artículo La Europa imperiosa (Del largo camino de la C.E.E. liberal al Imperio europeo) del flamenco Luc Pauwels, investigador y profesor de Historia y de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Amberes y director de la Revista Tekos.

La Europa de las cien banderas

Como reacción contra la Europa de las patrias del general de Gaulle y todos los movimientos jacobinos, los regionalistas de diversos países europeos han desarrollado un concepto muy diferente, que se caracteriza por su estructura federal con eje en los pueblos y las regiones. Guy Héraud (occitano) lo ha llamado la Europa de las etnias mientras que el bretón Yann Fouéré hablaba de la Europa de las cien banderas. La teoría de base de estos regionalistas residía en la constatación que la unificación de Europa por una transferencia de las soberanías de los antiguos Estados era políticamente imposible —lo que es difícil de refutar treinta años después— y que promover una confederación de Estados jacobinos como la unidad europea era una engañifa. Avizoraban a justo título una fórmula que atendía a la supervivencia de tales viejos Estados a pesar de Europa y por tanto una consolidación.

Los regionalistas veían a Europa como una federación de regiones y pueblos, de comunidades lingüísticas y de provincias históricas, sin que los Estados nacionales existentes fueran necesarios. Este modo de ver está naturalmente más próximo a la idea de Imperio, porque se funda sobre una visión etno-pluralista y concibe a Europa en un marco en el cual las diferencias regionales y culturales son respetadas y pueden expandirse libremente. Se trata de la reacción normal y legítima contra la centralización y la reacción contra la uniformación de los Estados jacobinos que han maltrecho miserablemente la diversidad europea desde la Revolución francesa, por la opresión sistemática, la reducción igualitaria, esto es la exterminación de toda lengua, cultura, región o etnia que tenía la desgracia de no corresponder al modelo dominante. Los serbios en Bosnia y los ingleses en Irlanda del Norte aplican todavía hoy esta ideología, por no hablar de injusticias más soportables.

Pero, como toda reacción, el concepto regionalista de la Europa de las cien banderas cae en el exceso inverso. Algunas naciones históricas, con un equilibrio regional interno, no deben ciertamente ser desarticuladas por la simple razón que no se inscriben en el esquema de una Europa regionalista cuyas regiones cuentan todas 5 a 6 millones de habitantes. No todos los regionalistas cometen este error, lo admitimos gustosos. Circula sin embargo gran número de cartas geográficas de la Europa de las etnias que no coinciden absolutamente para nada entre sí…

La principal laguna del concepto regionalista de Europa reside en su falta de una visión convincente de la estructura y el funcionamiento del conjunto federal. No existe federación sin federador; en otros términos, una estructura federal necesita un pensamiento religador. El conjunto, que es la significación del concepto de federación, puede operar en reacción contra un peligro común —un federador que frecuentemente es pasajero pero a veces también muy intenso—. O todavía alrededor de un gran proyecto común, de una visión espiritual, de una misión histórica. Alrededor de una dinastía, de una gran potencia, de una élite. Cualquiera que sea, encontramos siempre en el centro una fuerza centrípeta que atrae, reunifica y suscita la voluntad de vivir y de seguir juntos: la Bundestreue de la literatura política alemana. Se trate de Alemania o de los Estados Unidos, de Italia o de Canadá, de Francia o de Suiza: la historia de todos esos países demuestra el papel irreemplazable del concepto motor central, el cual no consiste nunca en una doctrina puramente económica.


El compromiso europeo de los demócratas cristianos

La tercera gran familia política de los años ’50 (junto a liberales y socialistas), los demócratas cristianos, compartía naturalmente la actitud anticomunista de los liberales y social demócratas. Eran probablemente los más convencidos. Corrían los años del Papa Pío XII, del Cardenal Mindsenty y de la ayuda a los sacerdotes del Este. El Vaticano II y los cristianos para el socialismo no estaban todavía a la orden del día.

Los demócratas cristianos no eran solamente los anticomunistas más fervientes sino igualmente quienes, desde el comienzo, deseaban llevar la unidad europea más lejos de la simple realización de un mercado común. No es seguramente por azar que casi todas las figuras fundadoras de la Comunidad Europea fueron demócratas cristianas, a comenzar por Jean Monnet, Robert Schuman, Konrad Adenauer, Walter Hallstein y Alcide de Gasperi. Estos demócratas cristianos se mostraban desconfiados hacia el modelo limitado de la Europa económica de los liberales y se distinguían de otras corrientes políticas por su visión política de Europa y por su creencia en una herencia cultural común, aunque se preocupaban poco por otros aspectos que los cristianos en la cultura europea. El desacuerdo con el concepto básicamente económico se traduce en las célebres palabras de Jean Monnet: Si hubiera que recomenzar, lo haría por la cultura.

La ruptura se produciría en 1954. La Comunidad Europea de defensa fue saboteada en el parlamento francés por la misma coalición que en nuestros días condujo la campaña del no en Francia: gaullistas, comunistas y diversos jacobinos. Después de este fracaso, los demócratas cristianos han debido igualmente poner a media luz su ideal de una Europa política, y ha sido la C.E.E. quien se ha beneficiado de toda su atención, en tanto que infraestructura económica de una futura unidad política de Europa. El arranque europeo de los años ’50 se ha perpetuado en los diversos movimientos europeos, que en su mayor parte han inscrito en sus programas el federalismo europeo: la unión política de Europa sobre una sola estructura política sobre una base federal, descentralizada. Aunque sólo raramente se haga referencia a la idea del Imperio europeo (una excepción es por ejemplo el Karlpreis) y que la dimensión espiritual falte en el federalismo europeo, la dirección seguida en el plano político era sin embargo la misma, principalmente por el acento puesto sobre el principio de subsidiariedad.

Jean Monnet

Las alternativas a la Europa económica liberal eran de naturaleza jacobina o regionalista. La ideología jacobina ha conducido en el plano europeo a dos corrientes diametralmente opuestas. De una parte, el nacionalismo de Estado jacobino, por definición antieuropeo. De la otra, los años ’60 han visto la emergencia de un jacobinismo europeo, una concepción de Europa unificada en un gran Estado unitario, con una dirección central rígida. Naturalmente, esta corriente europea extremista que rechazaba el federalismo como una pérdida de tiempo y una demostración de debilidad (!), constituía el núcleo potencial de una repetición europea a gran escala de todas las catástrofes del jacobinismo.


Actualidad de la idea del Imperio europeo

A partir del siglo XII, Europa ha sido el teatro de la lucha por el poder entre el Papa y el Emperador, entre la Iglesia y el Imperio. Los partidarios de éste se denominaban gibelinos y los del Papa güelfos. Por analogía, Europa conoce desde 1945 una lucha entre los partidarios de dos conceptos bien diferentes de ella: los güelfos han sido sustituidos por los liberales, los defensores de una Europa mercado común, con sus estructuras débiles y un procedimiento puramente intergubernamental. Les hacen frente, como en el pasado, los gibelinos, mutatis mutandis los partidarios de una unión política que estiman de orden superior, bien por encima del mercado propiamente dicho. Esta unión supone estructuras europeas fuertes, lo que no es sinónimo seguramente de administraciones de envergadura, y un anclaje sólido en el patrimonio cultural europeo con todas sus variantes y su formidable diversidad: Europa sólo puede permanecer y resistir política viviendo en la diversidad de su unidad (Hugo Bütler, 1992). Es la idea del Imperio europeo en su forma más pura. Aun un hombre de negocios internacional como André Leysen va en el mismo sentido cuando estima que la Europa del Ural al Océano Atlántico jugará un papel central en el mundo del avenir. No ocupará solamente una posición importante en el plano económico sino que, gracias a ella, la diversidad en la unidad se convertirá en el reservorio de pensar del mundo.

Hugo Bütler

En la idea de Imperio, el poder no es una palabra sin sentido. Europa nada puede sin poder. Si aceptara ser un simple mercado, devendría, invirtiendo las palabras de Nietzsche, un poder sin voluntad, como la Alemania de la posguerra. Si Europa no quiere ser una potencia, caerá bajo el poder de un Estado fuera de Europa, los Estados Unidos. Execrar el poder conduce a un abandono de la soberanía, a un estatuto de colonizado.

André Leysen

El Imperio es imperial y no imperialista. Europa debe aspirar a una estabilidad y una armonía internas, no a una expansión externa de su fuerza; dicho en otras palabras, no a una política de agresión o a una sed de conquista. En esta óptica debe, por ejemplo, abstenerse de Guerras del Golfo, pero restablecer enérgicamente el orden en el conflicto entre serbios, croatas y bosniacos.



El Imperio es un orden europeo: equilibrio y armonía no pueden ser permanentemente mantenidos por la fuerza. Los pequeños pueblos y las comunidades lingüísticas deben poder desplegar sin obstáculos su propia autenticidad en el sentido de este orden europeo. Las estructuras jacobinas deben ser niveladas. El Imperio no debe ser el organizador sino la garantía de la identidad de todos los pueblos y considerar este orden como su misión suprema. Ordo ducit ad Deum, se decía en la Edad Media: el orden conduce a Dios.

[Continuará…]

9 comentarios:

Anónimo dijo...

thats amazing story.

Destouches dijo...

Muy interesante, Occam. Una perspectiva ciertamente esperanzadora. Sin embargo, Europa, para demostrar su viabilidad como potencia política mundial (y no meramente como mercado común), debe todavía enfrentar y resolver el serio problema de los inmigrantes extraeuropeos. Se trata de un problema de muy difícil solución, respecto del cual se observan, a mi juicio, tres grandes posiciones (fuera de las extremistas):
a) La que busca limitar el ingreso de extranjeros (en particular, de ciertos grupos considerados hostiles o culturalmente incompatibles), calificada por algunos de xenófoba, que puede ejemplificarse en las últimas directivas de la UE.
b) La que predica un integracionismo a través de la supresión de las diferencias interculturales, que es la propia de la globalización y de esa nueva forma de racismo que se caracteriza por su pretensión de suprimir o fundir en un tipo universal ideal todas las particularidades étnicas o culturales, que hacen que una persona sea lo que es. Se trata de una posición etnocentrista, que presupone la superioridad de ciertos elementos culturales (aquellos con que se ha decidido dotar al perfecto ser humano universal, y que podrían ser calificados como genéricamente occidentales) sobre otros.
c) las posiciones comunitaristas, que sostienen la viabilidad de la integración federada de grupos culturales identitarios, basada en el respeto de las diferentes identidades (no sólo la de los extranjeros, sino también la de los propios pueblos europeos).

Confieso que ninguna de ellas termina de convencerme (aunque ciertamente, la que más firmemente rechazo es la segunda). Como dije, no parece sencillo este problema.

piscuiza dijo...

Me resultó difícil ponerme al día con la lectura y ciertamente el tema no es de fácil digestión. No termino nunca de tomar postura en cuanto a lo que el futuro traerá en el mapa geopolítico, supongo que en parte porque no estoy muy preparada para hacerlo. Pero si creo que el presente y el futuro están signados por la importancia de regionalismos y diferencias que es indispensable respetar y tener en cuenta. Si creo que el modelo de nación como lo aprendimos está llegando a su fin, pero no termino de ver con qué lo reemplazaremos.
Saludos

Occam dijo...

Gracias, Destouches, por su comentario. En verdad, uno no pretende acercar soluciones, sino plantear algunos problemas, y referencias de ópticas muy avanzadas, que pese a su enorme peso en el mundo intelectual, acá son absolutamente ignoradas.

La idea de imperio proviene de larguísima data, al menos en el Viejo Mundo, y llega a éste, que es vástago de uno de los imperios más sorprendentes que ha visto la humanidad, casi naturalmente.

Es por eso que los primeros argentinos y la mayor parte de los emancipadores latinoamericanos la sostuvieron, a través del concepto federado que usted explica.

Por el contrario, terminó imperando la posición nacionalista, explotando a veces diferencias nimias o triviales, muchas veces anecdóticas, siempre generadas deliberadamente, para producir un fenómeno de fragmentación tan grande que Hispanoamérica aún está pagando con retraso y odios enconados, entre vecinos y en el seno de sus mismas sociedades artificiales.

Yo he llegado a conocer una posición, que reconocía una doble inspiración: indigenista por un lado, nacionalista al modelo jacobino por el otro; que sostenía la necesidad de seguir fragmentando los territorios sudamericanos para lograr repúblicas verdaderamente homogéneas. De tal forma, y para remitirnos a ejemplos conocidos, habría una nación guaraní que incorporaría al Paraguay las provincias de Formosa, Chaco y Corrientes; una nación quechua que uniría a Bolivia la provincia de Jujuy, parte de Salta, etc.; una nación araucana que fusionaría el sur de Chile con el sur andino patagónico argentino, etc. En realidad, como se aprecia, constituye una continuación del proyecto jacobino unitario. No olvidemos que luego de convocar a los portugueses para que invadieran el Uruguay de Artigas, los unitarios, ya acantonados en Montevideo, promovieron la secesión de la Mesopotamia, a través de una campaña del General Paz que resultó frustrada por el General federal entrerriano Pascual Echagüe. En el norte, entretanto, los unitarios exiliados en Bolivia promovieron, a través del Mariscal Santa Cruz la invasión de Jujuy, con vistas a su anexión a la Confederación Peruano Boliviana. En el Oeste Sarmiento, a través de la prensa, fustigaba sobre los derechos exclusivos y absolutos de Chile sobre la patagonia...

La idea de Imperio, en un mundo en transición-decadencia, como el que nos toca presenciar y vivir, está todavía en estado larvario. Se está formando, como se formó la idea de nación en el siglo XIX. Llevará seguramente un tiempo.

No creo que el único problema a resolver sea el de la inmigración proveniente de culturas exógenas y sin vocación de integrarse. Creo que principalmente el asunto es espiritual. Falta la fuerza motora que motive a la federación y otorgue al gran espacio soberanía sobre sus asuntos. Por lo pronto, me parece por ahora más perniciosa la corriente nacionalista anti-Maastricht que campea en gran parte de Francia y, sobre todo, en Inglaterra, siempre renuente a plegarse a un proyecto europeo, y por oposición, propensa a un bloque atlantista con EE.UU. La última invasión a Irak demuestra la existencia de dos "ejes", que más bien son triángulos: Londres-Madrid-Varsovia, más cercano a los EE.UU. (o más güelfo), y Berlín-París-Roma, más europeísta (o más gibelino).

Empero, la dinámica es tan cambiante que pronto pueden modificarse (salvo el invariable caso de Inglaterra), si es que ya no lo han hecho. Uno advierte las mismas fuerzas disolutorias, explotando las viejas inquinas entre checos y esplovacos, o entre polacos y alemanes, que operaron en la América española al momento de su emancipación.

El ejemplo a tener a la vista, por lo menos desde nuestro lugar en el mundo, es sin dudas el del Brasil, que tuvo la suerte de tener a Don Pedro, pero además, la de tener una dirigencia madura y aristocrática al momento de pasar a la República en 1889.

Un cordial saludo.

Occam dijo...

Gracias, Piscuiza, por su comentario, y su esfuerzo. Soy consciente de que he volcado demasiadas cosas en corto tiempo.

Tan sólo fue mi intención el compartir las categorías mentales que subyacen a mi pensamiento, no como dogmas ni cuestiones confesionales, sino como una forma de ampliar los estrechos límites a los que nos ha condenado la visión uniformemente jacobinista que se enseñorea como cuestión apriorística en cada situación o análisis.

Es cierto que no sabemos bien hacia dónde vamos. Pero por lo menos podemos postular hacia dónde queremos ir, que es una cuestión que siempre se soslaya en la dinámica intelectual nacional.

Yo veo perfilarse claramente bloques o zonas que distan años luz de conformar una unidad política, pero por la dialéctica introducida por el fenómeno del enemigo común, pueden llegar a acelerar los procesos y federalizarse. Lógicamente, su enemigo hará lo imposible por impedirlo, por fomentar los recelos entre gobiernos. Allí comienza a jugar un papel muy importante el componente democrático de toda sociedad, aun de las más intolerantes, y ese componente parece siempre conducir hacia el mismo lugar. Véase por ejemplo el caso de Paquistán y de la caída de Pervez Musharaf por su alianza incondicional a EE.UU., o la misma mutación de un Irak laico a favor del integrismo islámico.

Los bloques que se atisban cortan al Planisferio (al menos en su disposición más difundida) en la forma de los meridianos: Hay un bloque atlántico o estadounidense, con sus países satélites o su "backyard" (que puede englobar al Reino Unido, como claramente lo vio Orwell, y pasar entonces su frontera por el Canal de la Mancha), que responde a la visión hemisférica, o sea, invoca para sí el copyright de "Occidente". Hay un bloque europeo, que se ha expandido recientemente hacia el Este, y que llega hasta el Mar Negro, que tiene predicamento sobre el Magreb, como hemos visto en el post sobre Libia, o sea que proyecta su influencia por el Mar Mediterráneo. Hay un tercer bloque de países islámicos ubicado entre Siria y la India; y un cuarto bloque de países asiáticos protagonizado fundamentalmente por China. Dejo deliberadamente a Rusia entre paréntesis.

Esa es mi observación actual. Para que los bloques devengan en un sistema de ordenación política, tiene que existir el componente espiritual primero, y por derivación lógica, una comunidad de origen y de destino. No puede darse, como en la lógica mercantilista, la arbitrariedad más absoluta, amalgamando todo tipo de pueblos de la manera más caprichosa.

Mis cordiales saludos, y otra vez gracias por decir presente.

Mensajero dijo...

Occam, muchas de las citas y los sucesos que se mencionan en el post y en los comentarios son desconocidos para mí, por eso mi devolución será desde una perspectiva más personal, atenta al componente espiritual que menciona.
(Sería interesante conocer los componentes espirituales que iluminaron los distintos imperios).
¿Será que la épica es una forma de gobierno?
En todo caso, parece ser que en las grandes empresas humanas, "unir a los corazones" detrás de un objetivo depende más del espíritu que de la razón.
¡Menuda tarea entonces para llevar a cabo con Dios muerto!

Avancé con la lectura d elos comentarios y cuando llegué a la descripción que le hace a Piscuiza de los bloques, la perspectiva de lo real me alejó nuevamente de la posibilidad de intuir la forma que usted sugiere que por allí madura.
Saludos Occam... muy interesante lectura.

Occam dijo...

Mensajero: Usted ha dicho: En todo caso, parece ser que en las grandes empresas humanas, "unir a los corazones" detrás de un objetivo depende más del espíritu que de la razón. Brillante frase. Usted lo ha entendido mejor que nadie. También el problema que implica la falta de Dios. En cuanto a la utilidad de esa figura, cabe remitirse a Cicerón, un escéptico empedernido, pero que, como sacerdote de la religión romana, entendió claramente por dónde pasaba la quaestio.

En el último post, sobre Juliano, refiero la querella ocurrida en el año 384 por la decisión de Teodosio de sacar el Altar de la Victoria de la Curia (el ámbito donde funcionaba el Senado, depositario de la soberanía de Roma), y que tuvo como principal intérprete a Quinto Aurelio Símaco.

Hoy día pensaríamos que es una pavada dejar o sacar una estatua milenaria, que no hace a la esencia de las cosas (paradoja moderna: ahora que somos tan esencialistas, no creemos absolutamente en nada salvo lo más palpable, inmediato y material). En ese pasado, la iconoclastia de la nueva religión triunfante "liberaba a la humanidad de falsos ídolos".

Yo pongo como fecha de la caída del Imperio Romano ese suceso, y creo no estar tan errado, porque encontré opiniones coincidentes.
En ese momento, el Obispo de Milán, principal encargado de refutar a Símaco, aportó -curiosamente, oportunistamente- argumentos racionalistas: que los romanos obtuvieron sus célebres y repetidas victorias no por el Espíritu de Roma y la Diosa de la Victoria, sino por la eficacia de sus ejércitos. Curiosamente, los soldados de Roma siempre veneraron sobre todo a la Diosa Fortuna, conscientes de la fortaleza de sus legiones, de la superioridad bélica, de la férrea disciplina, sabían que aún así no tenían ninguna batalla asegurada si no concurría en su ayuda el Hado, el azar, el destino, o como quiera llamársele.

Lo cierto es que, una vez removido para siempre el Ara de la Victoria del Senado del Pueblo de Roma, la Eterna no volvió a obtener victoria alguna, y en una tenue luz mortecina se fue apagando sin dejar huella, al punto que el último emperador consignado en la historia oficial, Rómulo Augústulo, depuesto por Odoacro cuando tenía sólo 15 años, en realidad era un usurpador, puesto por el general Orestes, su padre, luego de un golpe de Estado contra Julio Nepote (que en verdad resulta ser el último, pero siempre para los anales de la anécdota). O sea, que poner como fecha de la caída el año 476 es simplemente convencional. Desde la remoción del Altar de la Victoria la caída se hizo inexorable.

Es cierto que los bloques no tienen relación alguna con los Imperios. La figura imperial surge como propuesta revolucionaria a una crisis global que se manifiesta en todos los ámbitos. Pronto voy a escribir algunas reflexiones propias sobre la constatación de las tendencias cíclicas de la historia. Mi detención en la etapa del Bajo Imperio, de la decadencia de Roma, está vinculada justamente con los llamativos paralelismos; y las soluciones disponibles, también.

Cerraré este comentario con un cita de Julius Évola en Rebelión Contra el Mundo Moderno, p. 124: "Si las tentativas imperialistas de los tiempos modernos han abortado, precipitando frecuentemente a la ruina a los pueblos que las han llevado a cabo, o han constituido la fuente de calamidades de todos géneros, la causa es precisamente la ausencia de todo elemento espiritual, por tanto suprapolítica y supranacional, y su reemplazo por la violencia de una fuerza más brutal que la que tiende a dominar; pero no por tanto de una naturaleza diferente. Si un imperio no es sagrado, no es imperio, sino una suerte de cáncer que ataca el conjunto de las funciones distintivas de un organismo viviente".

Mis más cordiales saludos.

Chofer fantasma dijo...

Este comentario tiene la actualidad de un mensaje en una botella. Espero que tenga más oportunidades, ya que no tiene la urgencia.
Quizás reciba un email avisando del comentario, bah.
Llegué acá para oír de los Güelfos y Gibelinos, que El mensajero mencionó en reciente post.
Su resumen sobre los imperios me parece sobresaliente. Gracias por los trabajos que se ha tomado.
Me gustaría una ampliación del concepto de idea espiritual que aglutina imperios. En primera aproximación me parece una fuerza aglutinante bastante peligrosa. Por ejemplo, la idea de una raza aria como movilizadora del lll Reich, o Una América para los americanos de Monroe, para el dominio de facto de centroamérica. Ambos son ejemplos de abuso de poder dominante, con gran costo para los “anexados”.
Seguramente Ud. se refiere a otra cosa, por favor, quisiera una reflexión al respecto.

Occam dijo...

Estimado Chofer:
Se va a hacer muy largo y engorroso responderle por este medio, aunque sugiero (y esto es interesado) que me siga leyendo en el Corral. Sin embargo, puedo puntualizar que el III Reich distó mucho de ser un imperio, a no ser por el nombre... Pero el Imperio de Trebisonda también se llamaba imperio, y no era más que una factoría costera en el Mar Negro. Más bien, precisamente su componente racial, y el imperativo de homogeneidad en ese punto, determina uno de los elementos constitutivos del Estado-nación centralista a la francesa (que tanto han padecido bretones, normandos, vascos y occitanos), luego muy desarrollado con el triunfo de la burguesía. La denominación de III Reich proviene de la pretensión de ser la continuidad de un II Reich, que ya no lo era, ya que nace del Zollverein en la década de 1860. El I Reich, si se lo puede llamar así, era naturalmente el Sacro Imperio Romano Germánico, que tuvo su esplendor en Carlomagno, y luego dignos exponentes en Federico I Barbarroja y Federico II, ambos Hohenstauffen. Como señalara Julius Evola, los últimos emperadores de ese espacio fueron los Habsburgo, o sea, Francisco José de Austria y su esposa Margarita de Hungría (Sissi). El Sacro Imperio englobaba en su dominio (en diversas épocas, ya que éstos fluctuaron siempre) territorios tan heterogéneos como Austria, Hungría, Croacia, Eslovenia, Bosnia-Herzegovina, los Países Bajos, Alemania, Borgoña, la Lombardía... Su elemento de cohesión fue supra racional, y devenía de la idea de un pasado común y un destino común también, pero respetando las diferencias étnicas, que curiosamente, en ningún momento se hicieron presentes durante su vigencia, y fueron genocidas después. El único gran escollo que hubo de afrontar fueron las luchas de religión con los protestantismos, como le había pasado al Bajo Imperio Romano con el cristianismo primitivo. En definitiva, ninguna idea totalitaria (o sea, monoteísta) puede convivir con la idea de imperio, que es de naturaleza pluralista. El concepto de Großraum de Carl Schmitt contiene un intento de revivir esa idea en una época tan prosaica y vacía como la modernidad, y puede verse una idea de Europa atisbar por fuera de la mera conveniencia económica, aunque aún muy tenue. Otro Imperio trascendente, al menos para nosotros, que formamos parte de ella, fue la del Imperio Español de los Austrias, luego en decadencia con el advenimiento de los borbones y su centralismo nacionalista homogeneizante, destructor de los fueros locales. Bajo sus enormes alas, prosperaron pueblos tan diferentes como los de América, Filipinas, Castilla, Aragón, Portugal, Cataluña, las Vascongadas, los Países Bajos, Nápoles y Sicilia, Luxemburgo, Borgoña y, en algún momento, incluso Austria misma. En un viaje a España me encuentro en un momento almorzando en un cigarral en Toledo con un matrimonio de brasileños y otro de calabreses. Acabábamos de venir de El Escorial, en donde están sepultados Carlos V y Felipe II, entre otros. Les dije a mis colegas: ¿Se dan cuenta de que acabamos de ver las tumbas de los que fueron nuestros comunes señores? Es muy rara la sensación. Gente que apenas nos podíamos entender, separados por diferencias nacionales, teníamos un pasado común ya para casi todos olvidado.

Mi cordial saludo.