lunes, 30 de junio de 2008

ADIÓS MR. GRONCHO

(O mejor: HASTA LUEGO)

Se fue de la blogósfera Mr. Groncho, un prócer de la inteligencia más aguda, un incisivo analista y comentarista de la realidad, además de un ser cabal y honesto, de convicción inquebrantable y talento excepcional. Frente a tanto mediopelismo intelectual, político, conceptual, ético, que abruma, invade, asfixia, el chabón supo mostrarnos a todos nosotros que aún hay espacio para pensar y para ser.


Pero que todo esto no suene a un epitafio. Todos sus compañeros de ruta queremos creer que es simplemente un "hasta luego". Que se va a tomar un descanso, a recargar las baterías para todo lo que viene por delante. Que va a abrevar en doradas fuentes de meditación y de solaz para conjurar la tristeza. Porque la tristeza es la condición para el optimismo, como la caída es necesaria en el cruce del puente para la superación.
Quiero a través de estas palabras dedicarle mi homenaje y mi agradecimiento por tanto talento que ha sabido compartir gratuitamente, con la generosidad de los grandes hombres.
¡Salud!

Y por favor, insto a todos a visitar su obra en www.todosgronchos.blogspot.com. Se trata de un mundo realmente imprescindible.

Y para Usted, Mr. Groncho, que yo sé que me está mirando: vamos a tratar de cuidar su legado, para que cuando vuelva vea que ya somos millones.

UNITARIOS Y FEDERALES

La cigarra y la hormiga

En una coyuntura en la que las actividades productivas son menospreciadas y vilipendiadas en favor de las especulativas y financieras, en que la sociedad es abiertamente confrontada y subestimada en su intelecto, y son mancilladas abiertamente sus aspiraciones de rectitud, de idoneidad, de honestidad y de concordia, vienen a cuento las siguientes reflexiones que Marcelo R. Lescano formulara en Imposturas históricas e identidad nacional (Ed. El Ateneo, Buenos Aires, 2004, págs. 113 a 122). En este texto podrá verse cómo en nombre de premisas accidentales, accesorias, gobiernos nefastos e intelectuales necios se ha puesto en riesgo la consecución de los grandes objetivos de la patria y la prosperidad y bienestar del conjunto. También puede apreciarse la primera "contradicción de clases" históricamente relevante, que como ha sostenido Thorstein Veblen (ver en este mismo blog) permea globalmente todas las capas de la sociedad en forma transversal, y que opone a productores y hombres de acción contra especuladores y hombres de contemplación, seres aislados de las duras circunstancias de la realidad, que desde su suficiencia y comodidad pontifican sobre lo que debe hacerse, mientras modelan en tubos de ensayo sistemas artificiales, conducentes siempre a la anomia y la disgregación.
Ahora sí. A continuación, el texto mencionado.

Hemos recorrido un largo camino. Éste brinda elementos para explicar la razón ontológica, quizás existencial, de nuestros desencuentros culturales, el siempre latente estado de conflicto y la incomprensión de nuestras posibilidades reales y actuales como sociedad y como nación que supo proclamar su independencia con el esfuerzo propio y el talento de los padres fundadores, con José de San Martín –incuestionablemente- en primer lugar y Juan Manuel de Rosas como custodio de la heredad geográfica que, guste o no, hoy constituye la República Argentina.

Esa apreciación no subestima al resto del patriciado. Simplemente, pone el acento en las figuras centrales de la vida de la nación. La Independencia se debe al genio y a la presión política sanmartiniana. Luego, la configuración casi definitiva de este hermoso y vasto espacio geográfico responde a la perseverancia del Gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores, quien, “a sangre y fuego” –como proclamó Monteagudo en el Norte y supo hacerlo Bismarck medio siglo más tarde en Alemania-, consiguió afirmar nuestros intereses territoriales frente a las agresiones de potencias imperiales y de vecinos codiciosos, frecuentemente acompañados, si no inducidos, por compatriotas desaprensivos como pocas veces ha registrado la historia comparada.

Unitarismo y federalismo representan dos culturas, dos formas de vida y, si se prefiere, dos proyectos nacionales. Para San Martín y Rosas, como para Washington y Lincoln, lo importante era la independencia y la unidad nacional. Para todos ellos, la elección de la forma de gobierno era secundaria respecto de esos objetivos. Es la lógica de lo principal y lo accesorio, que algunos todavía se resisten a utilizar.

El desencuentro argentino aún no está resuelto, como sí lo está el norteamericano, cerrado mediante una guerra que terminó por despejar las incógnitas. Este sangriento episodio tuvo vencedores y vencidos, más allá de la excepcional generosidad del general Grant con Lee, sus oficiales y soldados cuando se suscribió, en Appomatox City Hall, el acta de rendición de las tropas confederadas.

Para el federalismo argentino –o rioplatense, si se prefiere-, la independencia y la unidad nacional constituían los temas centrales, los verdaderos ejes de la acción política. Para los unitarios, en cambio, la libertad se ubicaba en el centro, era el núcleo de sus aspiraciones, incluso en momentos críticos para la nacionalidad. Según testimonio de John Lynch, los unitarios compartían ese temperamento, pero, como se verá, ni la conducta de sus prohombres ni sus declamaciones permiten compartir este aserto.

En esa atmósfera intelectual, Valentín Alsina le reprochaba a San Martín ser uno de los tantos que en la causa de América “no ven más que la independencia del extranjero, sin importársele nada de la libertad y de sus consecuencias”, recuerda Díaz Araujo en su trabajo sobre las ideas alberdianas. Esta confrontación entre independencia y libertad, quizá filosóficamente legítima, es impensable en los auténticos constructores de Estados.

Por si quedaran dudas, es oportuno mencionar otra vez a Sarmiento. En Argirópolis, éste afirma textualmente: “La independencia no era un objetivo en sí mismo; resultó meramente un método para lograr una mejor vida política y social”. Las diferencias responden, ciertamente, a un problema cultural, de valores políticos –si se me permite la expresión-, pero las consecuencias siempre serán irritantemente distintas. Creo que esa afirmación, producto de la madurez intelectual del autor del Facundo, resultaría incompatible con el fuerte sentimiento –common sense- político norteamericano que irradió la revolución en 1776 (Thomas Payne).

Mi interrogante, casi de naturaleza ontológica, existencial, me empuja a indagar si las libertades concretas (en definitiva, de ellas se trata y no de la libertad genéricamente entendida, porque ésta, como universo conceptual práctico, no existe) pueden llegar a ejercerse plenamente en una sociedad que no ha ganado todavía su independencia, o cuya fuerte fragmentación la enreda en discordias disolventes. Me parece que no. Por eso discrepo con el unitarismo. Éste equivocó la jerarquía de los valores políticos. Si el grupo o sus individualidades no entendieron que la consolidación de la nación en un territorio hegemónico era el presupuesto básico, esencial, para organizarse institucionalmente y elegir el camino que conviniera al futuro, entonces le faltó madurez.

Debido a esas discrepancias fundamentales no hemos resuelto todavía las cuestiones indispensables, estructurales, que siguen pendientes a pesar de haberse derribado al dictador y demonizado arbitrariamente su gestión como –estimo- no se ha hecho con otro personaje en la historia. Si los vencedores de Caseros hubieran valorizado correctamente la experiencia de la Confederación rosista y hubieran sacado provecho de sus innegables logros, se habrían evitado desgarradoras consecuencias, pero “se quedaron cortos”, no reelaboraron sobre la base de lo existente la organización nacional, ni siquiera como la entendían. Era una convocatoria y un desafío para la grandeza.

Creyeron, ideológica o utópicamente, que una simple acta constitucional que remitiera a los pactos preexistentes para afirmar una necesaria continuidad y garantizar ciertas libertades –que ya existían a fines de la década de 1840, esto es, una vez pacificado el país- era el pasaporte para un destino feliz que, sin embargo, no alcanzaban a comprender, al menos no como un sistema nacional ajustado a los requerimientos de concordia que demandaban las circunstancias. Si no fuera así, cómo se explica la irrupción de una violencia que duraría un par de conmovedoras décadas.

Vicente "Chacho" Peñaloza. Degollado frente a su familia por las tropas de Mitre. Sarmiento le envió una de las orejas del cadáver al Gobernador de San Juan para "tranquilizarlo" por la muerte del "bárbaro".

Los vencedores de Caseros y sus unitarios influyentes prefirieron las trampas doctrinarias ambiguas e interesadas antes que someterse al realismo subyacente. Recuerda Díaz Araujo que Bolívar, conocedor de las circunstancias de la región, había sostenido categóricamente que había que restablecer “la voz del deber” como un enfoque político adecuado para asegurar la gobernabilidad de nuestros países. Por supuesto, no fue escuchado.

Los federales eran una garantía para la tradición, una custodia del territorio, suponían fidelidad al orden constituido y abogaban por un sistema nacional y evolutivo de economía política, como lo demuestra la Ley de Aduanas (no confundir con el Código Aduanero, dictado por un gobierno de facto, y presupuesto dogmático del actual unitarismo), cuyos tempranos contenidos preceden al desafío de la economía clásica y cosmopolita de Adam Smith que encabezó formalmente Federico List con su Sistema Nacional de Economía Política (1840). Esta concepción no ecuménica se inspiró en la experiencia productiva del autor como ingeniero en los Estados Unidos, sumergida, por supuesto, en la especial atmósfera programática concebida por Alexander Hamilton en los comienzos de la nación.

Al igual que en los Estados Unidos, el federalismo argentino ha buscado nutrirse de sus propias realidades históricas y no de programas ideales o exóticos con escasa vinculación social. Dice Ricardo Zorraquín Becú que “la pedantería intelectual (de la otra facción) la llevó a considerar factible la soñada transformación del país mediante preceptos legislativos” [hoy día, ni siquiera: alcanza con una resolución del ministro de economía], lo cual ratifica la falta de realismo que la llevó a su propio derrumbe.

En cambio, el Pacto Federal del 4 de enero de 1831, extraído de las entrañas de la sociedad política y de su experiencia histórica, es, en definitiva, el antecedente constitucional irrevocable, como lo fueron los famosos Artículos de Confederación en el país del norte (1776), formulados una década antes de la aprobación de la Constitución por todos los Estados de la Unión.

Los frustrados intentos constitucionales de 1819 y 1826 (de indisimulado linaje unitario antes que liberal, más allá de la vinculación ideológica) terminaron desencadenando la fragmentación política, colonización, anarquía, guerra civil y exterior y, finalmente, la dictadura, como remedio clásico, universal, frente al vacío. Es que no contemplar escrupulosamente la idiosincrasia de la sociedad donde ese cuerpo básico debe regir es garantía de conflicto, y así sucedió también después de Caseros.

El conflicto permanente. La nueva idiosincrasia que nos dejaron.



Los unitarios, según se anticipó, han mostrado desaprensión territorial, cultural, religiosa, y escasa vocación empresaria, dada su función de auxiliares del mundo mercantil y librecambista, generalmente en provecho de intereses exógenos no siempre compatibles con los de las Provincias Unidas y sus producciones locales.

El tema no es nuevo ni responde a las “internas” fundacionales. En noviembre de 1818, William Bowles, en informe oficial al Foreign Office, afirma: “El plan de la Corte de Río (de Janeiro) en este momento parece ser el de debilitar y perturbar al gobierno de Buenos Aires en todo lo que sea posible y a ese propósito, Montevideo (a la sazón ocupada por el Imperio) ofrece asilo a toda persona proscripta o desterrada de aquí. El general San Martín es el único de los vinculados con el gobierno actual que se muestra enemigo de la conexión con la Corte del Brasil”.

Si los miembros del partido “de las luces” no hubieran monopolizado esas inconvenientes condiciones, resulta difícil pensar que habrían podido aprovechar el gobierno de Rivadavia para que éste, en una atmósfera adversa, suprima por decreto en 1826 los festejos celebratorios de la Independencia con el pretexto de que “irrogan perjuicios de consideración al comercio e industria”. El bueno juicio fue restablecido con júbilo mediante la derogación de esa norma el 11 de junio de 1835, apenas designado Rosas por segunda vez gobernador de la provincia de Buenos Aires.

La arrogancia y la suficiencia de los unitarios para con los nativos, junto con manejos bancarios de dudosa transparencia, como ocurrió frecuentemente con el Banco de Descuentos (1822), a la sazón conducido por los comerciantes ingleses asistidos por los doctores porteños, dificultaron las cosas. Luego, en el ambiente incierto y de sospecha que rodeó al famoso empréstito Baring Brothers (1824), el descrédito del emblemático grupo hizo insostenible su permanencia pacífica en el poder.

Bernardino González de Rivadavia

Los descuidos y provocaciones contra la fe profundizaron las brechas. Don Julián Segundo de Agüero (cura unitario) fue un exponente de ello. Cuenta el general Paz que no se lo ve tomar el breviario, pero sí chacotear, inclusive sobre sexo (Los curas de la Revolución, Jorge Myers). Si se examinaran imparcialmente sus aciertos, la mayoría de ellos vería disminuida sus proporciones y sus imágenes caerían sin estruendo. De Rivadavia dijo lord Ponsomby que no podía: “decir nada bueno como estadista ni como titular del gobierno…”.

Sin ánimo de incurrir en falsas caracterizaciones, es oportuno tener presente que el golpismo tan dañino a nuestra experiencia histórica, tiene firmes antecedentes unitarios. Recordemos cronológicamente los sucesos más trascendentales: Lavalle contra Dorrego (1828), Paz contra Bustos (1829), Urquiza contra Rosas (1852), a pesar del origen federal del entrerriano. Rosas, contrariamente a los términos de la leyenda que lo muestran como personaje de ambiciones desproporcionadas, sin embargo, en 1826 se negó a derrocar a Rivadavia.

Aunque pueda parecer fuera de lugar, es ilustrativo saber quiénes fueron unitarios y quiénes fueron federales, sobre todo en los tiempos fundacionales de la nación. Debe subrayarse que en el grupo federal encabezado inicialmente por Saavedra y Artigas, figuraron caudillos de relevancia como Rosas, quien además de gran organizador, como empresario llegó a tener sesenta arados operando al mismo tiempo. Según Beatriz Bosch, Quiroga, Ramírez, López, Urquiza y otros, han sabido sobresalir, además, como verdaderos e innovadores hombres de negocios. Así sucedió también en el norte con Washington, Adams, Jefferson y Madison, por no citar sino a los precursores, todos farmers, o mejor, landlords, considerando la extensión y diversificación de su propiedades y producciones.

Aquellos federales, al mismo tiempo, estuvieron acompañados por héroes militares, como Guido, Pacheco, Lucio Mansilla, Guillermo Brown, Álvaro de Alzogaray, Pinedo, Thorne, junto con calificados profesionales, como fueron Manuel Moreno, Vicente López y Planes, Dalmacio Vélez Sarsfield, Felipe Arana, Pedro De Angelis, Baldomero garcía, el joven Bernardo de Irigoyen y tantos otros que se destacaron en sus propios ámbitos de actuación.

Bien, el unitarismo, por su parte, estuvo generalmente integrado por gente más afín a los servicios profesionales que a la producción, como Mariano Moreno, aunque su prematura muerte impide saber si se hubiera enrolado en esa facción, como no lo hizo Manuel Belgrano cuando optó por tomar la espada para consolidar la independencia. Los acompañó en el grupo Juan Bautista Alberdi, prominente jurista, y toda una constelación de auxiliares mercantiles y de consejeros financieros, como Félix Castro y Manuel José García; éste de ingrata memoria por la forma como arregló la paz con Brasil (1827) en carácter de delegado de Rivadavia y, según él, siguiendo instrucciones que siempre fueron desmentidas.

Manuel José García

La verdad es que los negocios, al menos los productivos, no llegaron a cautivar a los unitarios. En esto los federales se aproximaban más a los padres fundadores del norte. No es un dato menor para entender a la Argentina moderna y pretérita.

viernes, 27 de junio de 2008

UN APORTE POR LA RIGUROSIDAD DEL MÉTODO

(¡Gracias Hellen y Montecristus!)

Comprometidos con la Verdad y la Justicia, y admiradores del fecundo esfuerzo de la organizaciones de Derechos Humanos, que decididamente apoyadas por el gobierno, desde hace nada menos que 25 años vienen realizando ingentes acciones de recopilación de datos para establecer la lista definitiva de detenidos-desaparecidos en los años ’70 y principios de los ’80 en Argentina, no puede menos que aquejarnos una profunda desilusión, al comprobar el grado de insipiencia y precariedad de los resultados de esas búsquedas y sistematizaciones.

No está ciertamente a nuestro alcance e idoneidad la evaluación del trabajo realizado tenazmente, día tras día, desde 1983 a la actualidad (9.000 días más o menos) para establecer realidades tan complejas como las relativas a las personas que un día desaparecieron por la acción terrorista del Estado, y dejaron un profundo vacío en su entorno familiar, laboral y del círculo de sus amistades.

Llama sin embargo la atención la exigüidad de datos relativos a gran parte de esas personas, situación que a estas alturas no deja de generar escalofríos, porque evidencia la falta de compromiso con la verdad de gran parte de la sociedad, empezando, en muchos casos, por las mismas personas vinculadas al círculo más directo de las víctimas. Así, la mayor parte de los casi 10 mil nombres listados como máximo y más completo esfuerzo en estos 25 años, carece de fotografía (de los primeros 1.500 nombres, sólo dos centenares tienen imagen, y en muchos casos indescifrable), documento de identidad, o cualquier dato que permita su identificación certera. De los que sí se posee fotografía, que resulta ser una ínfima proporción, la mayor parte de las veces la misma corresponde a una edad muy temprana (primer día de clases en la escuela primaria, por ejemplo) o a versiones de imagen sumamente oscuras y confusas. Todo ello evidencia, por un lado, la escasa propensión a documentar recuerdos a través del largamente centenario arte de la fotografía que tuvo la sociedad argentina por lo menos desde 1960, y por otro, el nivel sumamente precario de la organización institucional, característica propia de un país en situación de opresión colonialista, en el cual no existe el mínimo atisbo de orden y civilización. Así las cosas, Argentina se situaría, respecto del genocidio que hubo de sufrir en esa terrible década, en un nivel de angustiante desinformación cercano al de Uganda, Liberia o Burkina Fasso. Cuestión que resulta aun más indignante a la luz de nuestra centenaria institución del Registro Civil, que ha sabido en mejores tiempos documentar escrupulosamente a las personas, y a nuestro también impecable sistema de alfabetización. Sin embargo, pese a ello, en esta ardua materia, a la que se ha asignado imperiosa prioridad, en función de los altos principios y valores comprometidos en la defensa de la Memoria y la Identidad, poco se ha avanzado en echar luz con precisión en el número e identidad de una gran cantidad de víctimas de la represión ilegal.

Y todo lo dicho debe servir como un llamado de atención a la labor de dichas organizaciones de investigación, que tanto tiempo y tantos recursos humanos y materiales destinan únicamente a la función esclarecedora que con urgencia nuestra nación necesita. En efecto, millones de pesos anuales provenientes de recursos del erario público se vuelcan en las tareas de investigación del caso, en forma de subsidios no reintegrables, y el Estado argentino le ha asignado un carácter absolutamente prioritario al avance en este ámbito, que se proyecta a acciones concretas de reparación (cuantiosas indemnizaciones a víctimas, detenidos y exiliados, donación de monumentos y edificios, construcción de museos, etc.).

Como un humilde aporte a esa tarea de esclarecimiento, y pidiendo la indulgencia del lector en orden a la falta de tiempo, la falta de recursos y de capacidad de nuestra parte, reseñaremos a continuación una serie de sugerencias conducentes al perfeccionamiento de la labor de 25 años descripta. Ellas están dirigidas, sobre todo, a evitar duplicaciones en la consignación de datos, y a pulir algunas falencias discursivas que agreden la verosimilitud del relato, y por tanto, el debido homenaje a las víctimas de la violencia más demencial y reprobable.

En el primer aspecto, hemos abrevado en la lista publicada en la página www.desaparecidos.org, como producto de la intensa investigación del Grupo Fahrenheit. De esa lista se dice que

“Incluye casi 10,000 nombres, basados en denuncias a la CONADEP y organismos de derechos humanos. Incluye nombre, edad, fecha de nacimiento, fecha de desaparición, número de denuncia e información sobre los CCDs donde fue visto el desaparecido. Presentada por orden alfabético. La más completa”.

Tenía 22 años.

Asimismo, consultando acerca del mencionado Grupo Fahrenheit nos encontramos con que se ha tenido en cuenta la información proveniente de las siguientes fuentes: "Suplemento Especial: Informe de la CONADEP" en "El Periodista de Buenos Aires" Nº8 del 3 al 9 de noviembre de 1984,"Como los nazis, como en Vietnam" de Alipio Paoletti, Informe de la Asociación de Abogados de la Provincia de Tucumán, Informe de la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Diputados de la provincia de Chaco (1984), Publicaciones de las organizaciones de derechos humanos como "692 culpables del Terrorismo de Estado" y "Culpables para la sociedad - Impunes por la ley".

Asimismo, los integrantes del Grupo Fahrenheit se definen de la siguiente forma:

“Fahrenheit es el nombre de un grupo de militantes de la vida que no se resignan a la desmemoria. Convencidos de que la única batalla que se pierde es la que se abandona, nos hemos tomado la tarea de recuperar, comprensivamente, históricamente, esa parte del pasado que hoy es presente en la rabia por la impunidad de tanto torturador, tanto asesino suelto.

“Por esa rabia presentamos este primer trabajo que es la síntesis de varias listas de represores denunciados una y otra vez a lo largo de estos años. Hasta donde sabemos es un trabajo único por su magnitud, esfuerzo de síntesis y calidad de las fuentes”.

Sabedores de la fuerza motivadora de la rabia, pero conscientes de la necesidad de encauzarla en los límites de la racionalidad y prolijidad que exige la evaluación y el debido esclarecimiento de nuestra historia, es que formulamos estas sugerencias, efectuadas exclusivamente sobre los nombre listados bajo las iniciales A y B, por cuestiones de tiempo y de precariedad de medios, y sólo sobre casos manifiestos de duplicación, reseñados a vuelo de pájaro (puede haber muchos más, pero este esfuerzo ha demandado nada más que 30 minutos; con el apoyo del Estado, podremos sin dudas avanzar más diligentemente en la iluminación de una etapa tan oscura).

El listado bajo la letra “A”, por ignotos motivos, empieza con el Nº 493 y termina en el Nº 1.183. El listado de la letra “B” comienza en el Nº 1.184 y termina en el Nº 1.949. Es decir, se han considerado 1.456 casos, que resulta un número bastante ilustrativo respecto del conjunto final (que termina, en la letra “Z”, en el Nº 9.921; o sea, 9.429 casos; de forma tal que el ejemplo que hemos analizado representa más del 15% del universo total).

Va a continuación, entonces, nuestro aporte a los investigadores, para facilitar la depuración de las listas. Entre paréntesis aparece la referencia de los números duplicados, para su fácil constatación en http://www.desaparecidos.org/GrupoF/des/.

Julio Abad: 2 veces (495-496); José Abdala: 2 veces (506-507); Ricardo Elías Abdón: 2 veces (508-509); Víctor Acosta: 2 veces (534-535); Acuña: 3 veces (541-542-543); Favio Acuña: 2 veces (544-545); Filemón Acuña: 2 veces (546-547); Porfirio Acuña: 3 veces (554-555-556); M. Rolando Acuña: 2 veces (553-557); Roberto Achares: 2 veces (565-566); José Luis Aguilar: 2 veces (605-606); Raúl E. Aguirre: 2 veces (623-624); Ahumada: 4 veces (628-629-630-631); Genaro Alarcón: 2 veces (655-659); Horacio Albert: 2 veces (675-676); Fabián Alberto: 2 veces (678-679); Albite: 2 veces (680-681); Ramón Albizo: 2 veces (682-683); Alcaraz: 2 veces (691-692); Alegre (Gaby): 3 veces (702-703-704); Verónica Aleman: 2 veces (707-708); Guillermo Almaraz = Guillermo Almarza (727-730); María Rosa Almirón: 2 veces (734-735); Altamirano: 2 veces (756-757); José Luis Alvarenga: 2 veces (767-768); Álvarez: 2 veces (770-771); Federico Álvarez: 2 veces (781-782); Manuel Álvarez: 2 veces (797-798); Pedro Álvarez: 3 veces (806-807-808); Cristina Álvarez de Hurtado: 2 veces (815-816); Jorge Allega: 2 veces (835-836); Allende: 2 veces (837-838); Anaconi: 2 veces (880-881); Anderson: 2 veces (888-889); Andhal: 2 veces (890-891); Rafael Daniel Andrade: 2 veces (899-900); Archetti: 2 veces (987-988); Amílcar Archetti: 2 veces (989-990); Alberto Arguello: 2 veces (1018-1019); Carlos Arias: 2 veces (1025-1026); Fernando Arias: 2 veces (1029-1030); Armasto: 2 veces (1049-1050); Julio Armesto: 2 veces (1054-1055); Hugo Arqueaga: 2 veces (1064-1065); Arroyo: 2 veces (1086-1087); Aldo Luis Auretnechea: 2 veces (1139-1140); Alberto Ávila: 3 veces (1153-1154-1155); Jorge Ayastuy: 3 veces (1175-1176-1177); Diana Badeza: 2 veces (1192-1193); Badu: 2 veces (1197-1198); Báez: 2 veces (1201-1202); Lidia Baldini: 2 veces (1219-1220); Marta Baldini: 2 veces (1221-1222); Ballent: 2 veces (1231-1232); Banfield: 2 veces (1238-1239); Barbosa: 2 veces (1262-1263); Liliana Barone: 2 veces (1281-1282); Ángel Barrera: 2 veces (1298-1299); Barrientos: 2 veces (1314-1315); Eduardo Froilán Barrios: 2 veces (1334-1335//Para CONADEP son 9390 y 9518; desaparecidos en Beccar el mismo 14-4-76, con idéntico nombre); Basualdo: 2 veces (1367-1368); Juan Carlos Bearce: 2 veces (1397-1398); Mariana Carlota Belli: 2 veces (1439-1440); Benavente: 2 veces (1452-1453); Luis Benavídez: 2 veces (1457-1458); Benedetti: 2 veces (1466-1467); Benítez: 2 veces (1473-1474); Juan Carlos Benítez: 2 veces (1483-1484); Julio Bentaco: 2 veces (1498-1499); Bercovich: 2 veces (1514-1515); Ana María Bergés: 2 veces (1526-1527); Bermúdez: 2 veces (1532-1533); Omar/Oscar Rafael Berón: 2 veces (1545-1546); maría del Luján Bertella: 2 veces (1555-1556); Betopo: 2 veces (1574-1575); Blanca: 2 veces (1613-1614); Blanco: 2 veces (1617-1618); Leonardo Blanco: 2 veces (1623-1624); Néstor Blanco: 2 veces (1625-1626); Francisco Javier Bogarini: 3 veces (1660-1661-1662); Boliviano: 2 veces (1676-1677); Oscar Orlando/Alejandro Bordisso: 2 veces (1719-1720; en el mismo lugar, la misma fecha, el mismo trabajo); Borgi: 2 veces (1725-1726); Borojovich: 2 veces (1732-1733); Rodolfo Mariano/Mario Borroni: 2 veces (1736-1737; en este caso la presunción de duplicidad la tiene el mismo G. Fahrenheit); Bernardo Pablo Bousán: 2 veces (1756-1757); Boxitracio: 2 veces (1761-1762); Brawin: 2 veces (1780-1781); Briant: 2 veces (1792-1793); Brito: 2 veces (1801-1802); Britos: 2 veces (1805-1806); Brizuela (El Gordo): 2 veces (1815-1816); Brizuela (El Negro): 3 veces (1812-1813-1817, ¿quizás también “Beto” Brizuela -1819?); Brollo: 2 veces (1836-1837); Luis Brotman: 2 veces (1842-1843); Bulmarza: 2 veces (1889-1890); Graciela Buscarielo: 2 veces (1912-1913); Bustos: 2 veces (1930-1931); Luis Ramón Bustos: 2 veces (1938-1939); Mario José Bustos: 2 veces (1941-1942); Miguel Ángel/A./Ramón Bustos: 3 veces (1943-1944-1945).

Es decir, que por duplicación o triplicación, en las primeras 2 letras del alfabeto hay 113 nombres impropiamente computados. De los mismos, resalta que los mayores errores corresponden a los apellidos más comunes, y puede obedecer probablemente a esa cuestión. No se han considerado las duplicaciones de duplicaciones, es decir, cuando aparece solamente el apellido, y abajo el nombre y apellido como si fuera una persona distinta; o cuando se consigna ambiguamente por nacionalidad (v.gr., Boliviano) o por algún criterio toponímico (v.gr., Banfield). No ayuda a este intento de colaboración el hecho de que la muy mayor parte de los casos omite cualquier circunstancia individualizadora (fecha y lugar de detención, etc.).

También es de destacar que en ese listado obra la penosa desaparición de la Dra. Carmen Argibay (Nº 1.017, que sugestivamente obra como desaparecida el mismo día del golpe de Estado, 24-03-76), y que afortunadamente aún camina entre nosotros, e imparte justicia en la CSJN. Asimismo, como otro aporte, habrá que corregir la edad o la profesión de César Héctor Álvarez, que aparece como detenido a los 7 años y de profesión abogado, una precocidad no aceptable.

De la misma lista, en la A y la B, se han borrado desde el Grupo Investigador dos nombres, puesto que de ellos se ha reconocido expresamente su duplicación. Eso lleva el número de casos indubitables de supernúmero a 116, el 8% de los casos encuestados.

En total, del listado consignado, 885 casos corresponden a hechos anteriores al golpe de Estado de 1976; y de ellos, Viviana Irene Ringach corresponde al gobierno de Cámpora (desaparecida el 11 de junio de 1973), 14 al período lanussista de transición y llamado a elecciones, y 19 al gobierno del General Perón (hasta el 1 de julio de 1974). Dulio Sergio Vela, el último de la lista, en tanto, “desaparece” luego de los comicios del 30 de octubre de 1983.

En el mismo listado Fahrenheit de los “casi 10 mil nombres”, cuando se clasifica por fecha de desaparición la lista se reduce a 8.425, y eso que persisten varias duplicaciones (dos o más homónimos en la misma fecha). Lo mismo cabe decirse respecto de la clasificación por lugar, la cual se realiza sólo en la forma más genérica (Capital, Córdoba, La Plata), en donde constan, con las mismas salvedades, 6.111 nombres.

Sin mencionar a desconocidos, tampoco puede aceptarse, en los márgenes de la honestidad intelectual, la inclusión, por ejemplo, de Francisco René Santucho, muerto en combate contra el Ejército Argentino en el monte tucumano en abril de 1975 (en total, hay 112 casos consignados en Tucumán en 1975 y los 3 primeros meses de 1976). También hay cuatro combatientes del ERP muertos en la noche del 23 de diciembre de 1975, durante el ataque a Monte Chingolo, que también resulta impropio computar: Carlos Omar Oroño, José Alfredo Rivas, Guillermo S. Salinas y Carlos Suárez.

En fin, se hace muy difícil enumerar las inconsistencias, y estamos hablando tan sólo de las detectadas en una primera y poco profunda lectura. Referenciaremos a continuación una historia que también debe ser corregida, en beneficio de la verosimilitud del relato, y que fue abordada al azar, leyendo de paso las conmovedoras situaciones de tanta gente muerte por la locura y el fanatismo:

“María Cristina Alvira. Desaparecida el 5/5/77. Tenía 23 años. María Cristina estudiaba bioquímica en la UNL y militaba en la Juventud Universitaria Peronista. Estaba casada con Horacio Martínez y tenía un bebé de nueve meses cuando fue desaparecida. Vivía en San Nicolás con su esposo e hijo. Fue secuestrada junto a su esposo, su bebé y su hermana Raquel por el Batallón de Ingenieros de Combate 101, a cargo del entonces Coronel Saint Amant, el 5 de Mayo de 1977. El bebé fue entregado a la abuela materna por el Capellán del Ejército Miguel Regueiro, quien fue detenido en el 2007 por complicidad en su secuestro. El capellán nunca quiso decirle a la familia dónde estaba el niño, quien permanece desaparecido”.

En el relato recién transcripto aparece una contradicción que debe ser necesariamente enmendada. Si el niño fue entregado por el capellán a la abuela materna, es ella quien lo tiene, y el niño no está desaparecido. O al revés: el niño está desaparecido, y entonces el capellán nunca se lo entregó a la abuela materna.

Finalmente, para que quede claro, frente a cierta manía persecutoria, que tiende a ver en cada actitud honesta de revisión de estos datos en procura de racionalidad y seriedad, una actitud reaccionaria: Desde este espacio repudiamos cualquier forma de terrorismo de Estado, de proceder clandestino e ilegal contra las personas, y por supuesto, la muerte de esas personas. Por eso mismo, como homenaje a su memoria, y por respeto a la verdad histórica y a la solemnidad que reviste la cuestión, es que exigimos rigurosidad y prolijidad de parte de quienes se dedican a su sesuda y permanente investigación, así como desearíamos que un aspecto tan escabroso y tétrico de nuestra historia no fuera usufructuado con fines políticos o económicos.

Eso es todo, ni más ni menos. Por la Verdad y la Justicia.



(Fuente: Investigación del Grupo Fahrenheit)

jueves, 26 de junio de 2008

CONTINUANDO CON LA HISTORIA... (2da. PARTE)







(¡Gracias, Destouches!)

La fuente es "insospechable", y contiene muchos conceptos valiosos. Que lo disfruten.


Paraná, 16 de septiembre de 2005.

Por Julio Daniel Vallana


Durante agosto el destacado escritor, periodista e investigador argentino, Horacio Vázquez Rial –radicado en Barcelona– presentó en Argentina su nuevo libro Perón, tal vez la historia, con una crítica unánime en cuanto a la calidad y profundidad de esta nueva biografía del líder y ex presidente. Su paso por Paraná fue propicio para la charla que rehusó los lugares comunes, los estereotipos y prejuicios de la historia oficial de seguidores y detractores. Lo que sigue es una visita guiada por su historia, a 50 años de su derrocamiento.

“El país de Perón”

–¿Cómo fue tu apreciación sobre Perón en distintas etapas de tu vida: cuando militabas políticamente y cuando comenzaste a observar la política argentina con la visión que da la distancia?
Mi militancia en los últimos años 60 y primeros 70 fue en la izquierda, primero en el Partido Comunista y después en el trotskismo. En ambas zonas de pensamiento había mucha gente convencida de que había que estar donde están las masas, que, como decía Brecht, era mejor equivocarse con el pueblo que equivocarse solo o en minoría. Y, como el pueblo era mayoritariamente peronista, había que estar con el peronismo, hacer entrismo, disfrazarse. Por otro lado, los comunistas hablaban de un “giro a la izquierda” del peronismo. Un maestro, Raúl Sciarretta, con quien yo había estudiado Hegel, me dijo un día, cerrando ese círculo: “Perón, a pesar de él, es peronista”. No me convencieron. Perón era un militar argentino, formal y católico, un hombre de orden, que poco o nada tenía que ver con la izquierda. Tampoco eran izquierda los sectores “revolucionarios” del peronismo. Los montoneros venían no sólo de la derecha, sino de la derecha extrema y muchos de ellos estaban ligados a los servicios de inteligencia. En 1974, un gran amigo, hijo de un militar de alta graduación, me citó en un café y me dijo que tenía que irme inmediatamente del país. Le hice caso y una semana después de haber salido de la Argentina, un grupo con identificación institucional que actuaba como parte de la Triple A fue a buscarme a un domicilio que no era el mío desde hacía mucho tiempo. Si hubiera creído realmente en mi militancia, hubiese desatendido la indicación y me hubiese quedado. Pero yo ya no creía. No creía que la izquierda real existiese. Estaba convencido de que todo lo que pudiera hacer lo haría cumpliendo designios de origen espurio. La distancia no hizo más que darme la razón en todo eso. Están vivos todos los que organizaron la operación retorno, una operación de pesca de arrastre de militantes que aún creían. Perón ya estaba muerto, ya había echado a los imberbes de la plaza, ya había pedido que se tomaran los datos de esa chica, periodista de El Mundo, diario del ERP, en el que yo había trabajado un tiempo. Con el tiempo, más que con la distancia, empecé a comprender algunas de las motivaciones de Perón. Él era un hombre de Estado. Se equivocó al confiar la preservación del Estado a grupos paraestatales, que lo desbordaron, entre otras cosas, porque ya no tenía el poder que había tenido, ni la fuerza que había tenido, ni las lealtades que había concitado en otra época y que había malversado. Pero era un hombre de Estado y tenía un proyecto nacional, discutible, pero un proyecto, lo que nadie después de él tuvo.

Universidad Obrera Nacional (U.O.N.) - Actual UTN Regional Buenos Aires.

–¿Representó algo especial ser exiliado de un país donde Perón significaba tanto para bien y para mal?
–Perón determinó que el exilio argentino fuese una cosa rara. Los exiliados chilenos, por ejemplo, eran comunistas o socialistas, y encontraban fuera de Chile a sus iguales, a sus compañeros, cosa que les permitió organizarse mejor, integrarse con más facilidad. Los exiliados argentinos pertenecían a corrientes de pensamiento que no tenían par en el resto del mundo. Allá por el año 70, en mi primer viaje a Europa, tuve una conversación con uno de los porteros del Museo del Louvre. El hombre me preguntó de dónde era. Le dije que argentino. “¡Ah!”, dijo, “¡El país de Perón!” Y con eso creyó entenderlo todo. Llevo treinta años recorriendo el mundo y no hay sitio donde no me pregunten qué es el peronismo. He escrito unos cuantos libros en los que se toca el tema, incluido este Perón, tal vez la historia de ahora y sigo sin poder responder.

–¿Cuál fue tu verdadera motivación para investigar en torno a su personalidad?
–Mis padres eran antiperonistas, de modo que no me mandaron a la escuela pública, sino que buscaron una en la que no se adoctrinara. Fue una escuela alemana, la Cangallo Schule, en el barrio del Once. Eso solo ya marcó mi vida, mis amistades, mi visión de la política. Tenía muchos compañeros judíos, de familias antiperonistas por antifascistas y ahí empecé a simpatizar con Israel, otro amor que mantengo. Años después, López Rega decidió mi instalación en Europa. ¿Cómo no me iba a ocupar de averiguar quién era ese hombre, qué pasaba por su cabeza y por su alma, cuando todo mi destino estaba pautado por su presencia, por su ausencia, por sus fortalezas y por sus debilidades?

–Me dijiste que hay varios Perón aunque no compartís el criterio de otros autores: ¿cuál es el tuyo?
–Perón recibió a todo el mundo, repartió palmadas en la espalda, guiños y medias palabras. El que lo visitaba, salía convencido de que había llegado a un acuerdo, de que Perón pensaba lo mismo que él acerca de lo que fuera. Se iba con un Perón propio. Funcionaba como Zelig, adaptándose al otro. El mío es ése, el proteico, el infinito, el que no es. Para cada situación política hay al menos dos frases de Perón, mutuamente contradictorias, todas razonables. De derecha, de izquierda, de centro, de Martín Fierro o de Vizcacha, oportunista o magnánima, siempre sensatas. Pero no hay una norma moral excluyente que invalide una o la otra. Perón, lo reitero, era un hombre de Estado, y la suya fue siempre la razón de Estado, que no conoce de ética, sino de intereses permanentes, de objetivos permanentes.

El destino de un niño desgraciado

–¿Cómo fue su infancia?
–Desgraciada. Una infancia de niño solo que presagiaba su destino de hombre solo. No bastaron las mujeres, ni los amigos, ni las masas, porque nunca confió plenamente en nadie.

–¿Fue totalitario o ambicionaba serlo?
–Todo hombre de poder aspira al poder absoluto. Todo hombre con un proyecto de reforma desea realizarlo con las manos totalmente libres. Perón era un hombre de poder y tenía un proyecto de reforma. Empleó todos los medios a su alcance para llegar y para permanecer en el poder. Nada de eso convierte a Perón en un totalitario ni al peronismo en un totalitarismo. El suyo fue el siglo del nazismo, del estalinismo, del castrismo en el ámbito local. Sería ridículo hablar de totalitarismo en un régimen en el que el control era extremo, pero distaba mucho de ser absoluto, en el que se mantenían las formas parlamentarias y malvivían, pero vivían, partidos políticos. El sistema de representación reducía mucho la presencia de esos partidos en el parlamento, pero las dos elecciones que Perón ganó, las ganó limpiamente, cosa que nadie pone en duda y por un número de votos enorme. Creo que el peronismo fue una democracia autoritaria, eso sí, o un régimen autoritario respaldado por la mayoría. Por otra parte, Perón no tuvo jamás todo el poder. Delegaba demasiado y pese a ser muy desconfiado, a veces conseguían engañarlo o retacearle información.

–¿En qué creía realmente?
–En Dios, en el Dios de los católicos. En la posibilidad de transformar las sociedades y llevar a la realidad modelos políticos, cosa en la que creo que se equivocaba. En las debilidades humanas, que conocía a fondo. Y, sobre todo, creía en Perón. En los últimos años, esa fe en sí mismo tiene que haber flaqueado, cuando se convirtió en un hombre dependiente, que necesitaba unos cuidados que no tenía y cuando vio, porque estoy seguro de que lo vio, que el país se le iba de las manos, que su retorno no había puesto remedio a los males que devoraban a los argentinos, males excesivos y de los que no tuvo idea clara, sospecho, hasta el momento en que se impidió llegar a Ezeiza, darse el baño de masas con el que había soñado durante dieciocho años.

–¿Alguna vez manifestó temerle a algo? ¿Odiaba a alguien?
–No. Era desconfiado, pero no cobarde. Y sí, odiaba a unos cuantos. Odiaba a Aramburu, aunque no descartó pactar con él. Con Rojas ni siquiera hubiera considerado la posibilidad de hablar. Estoy convencido de que, al final de su vida, odiaba a su mujer y a su secretario. Y desconfiaba de todos. Salvo de Balbín.

–¿Qué significó Eva en su vida?
–Fue el gran amor, la pasión de un cincuentón en inmejorables condiciones físicas y psíquicas por una jovencita de poco más de 20 años. Siempre le gustaron las mujeres muy jóvenes.

–¿Quién fue la persona que más influyó en su vida?
–Su abuela Dominga Dutey. Ella trazó su destino, hizo casar a sus padres, lo hizo entrar en el Colegio Militar.

Un administrador de su historia

–¿Cuál era el fundamento íntimo de su paradigma político?
–La comunidad organizada y el desarrollo industrial. La comunidad organizada a la manera corporativa, lo que no dejaba de ser una utopía como cualquier otra, irrealizable y un tanto ingenua. Que nadie se llame a engaño pensando que Perón ansiaba el socialismo ni que era nazi. Era un argentino con entusiasmos y con una fe en la Argentina que muy pocos de sus paisanos tienen. Era un hombre corriente, con ideales corrientes: quería autopistas, aviones, energía nuclear, todo nacional; quería calles limpias, seguridad y orden. Quería hacerlo y que se lo agradecieran. Quería ser querido.

Pulqui I.
Argentina fue el primer país del Tercer Mundo (el séptimo de todo el planeta) en desarrollar un avión a reacción.


Pulqui II.



–¿Fue un gran estratega, un estadista o un político con características sobresalientes?
–Pienso que no existen los grandes hombres sino las circunstancias excepcionales. A veces aparece alguno que, en ese momento, da la talla y administra el pedazo de historia que le toca vivir como es debido. No hay que ir muy lejos para comprobar lo que digo: la Argentina ha vivido en los últimos años, y vive aún, circunstancias excepcionales, hubo una violación flagrante del derecho de propiedad, los argentinos fueron robados por los bancos con el apoyo del Estado. Y no hay un hombre capaz de reparar el daño. Kirchner está dilapidando en peleítas un enorme capital político. El 25 de mayo de 2003 podía haber ganado una nueva elección por el ochenta por ciento. Malversa el apoyo real, popular, en nombre del apoyo del aparato de su partido. Alfonsín, en otra circunstancia excepcional, malversó la ocasión de dar una vuelta completa a la historia del país. Me refiero a los sucesos de Semana Santa, cuando todo el mundo sabía que la casa distaba mucho de estar en orden. ¿Lo hubiesen matado? Probablemente. Pero eso forma parte de los deberes del oficio de presidente, que no es para cobardes, aunque la mayor parte de las veces lo desempeñen cobardes, en todas partes, no sólo en nuestro país. Perón se fue en 1955, cansado en parte de su propia gente, de los miembros de su propio gobierno, un grupo de traidores que ponía los pelos de punta, encabezado por el vicepresidente Teisaire. Y cansado en parte de un Ejército al que no podía controlar, unos uniformados que habían vivido siempre como niños, jugando al poder y convencidos de ser adultos. Perón no era un héroe, pero su decisión de exiliarse no lo deshonró, no malversó en ese gesto su capital político, sino que, por el contrario, lo preservó y hasta lo acrecentó. Y en las circunstancias excepcionales de hoy, hubiese actuado de otra manera, interviniendo el sistema bancario, revisando contratos, sincerando la deuda. No es una suposición: demostró esa capacidad en más de una ocasión, enfrentándose incluso con gobernadores peronistas, interviniendo sus provincias y con diplomáticos extranjeros demasiado exigentes. Para eso no se requiere un estratega. Sí un hombre de Estado, identificado con los intereses del Estado y con bastante coraje: Perón era así. Administró bien su pedazo de historia mientras la edad, la conciencia y su entorno se lo permitieron.

Locomotora Justicialista.

Coche motor Justicialista.

Vos señalás la importancia del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI), ¿creés que fue una verdadera modificación de las bases del sistema económico?
–Por supuesto. Era un intermediario estatal entre los productores agrícolas y los exportadores. El mecanismo era, en principio, sencillo y beneficioso para los productores y para el Estado: fijaba el precio y compraba la producción. Simultáneamente, la mercancía era vendida a quien ofrecía un mejor pago. El Estado se quedaba con la diferencia: mucho mejor que cobrar impuestos, de compleja recaudación y ajeno a las variaciones del mercado. No obstante, el IAPI debía darle al comprador determinadas garantías de calidad y comprometer una fecha de entrega. Si el producto, que se adquiría a ciegas pero con una precisa descripción cuantitativa y cualitativa a la que debía adecuarse en última instancia, no cumplía con todos los requisitos, el IAPI estaba obligado a compensar económicamente al comprador por las diferencias. Y lo mismo sucedía con las fechas acordadas. De modo que el mejor precio podía convertirse fácilmente en el peor, una vez descontadas del pago todas las compensaciones y las multas, y los beneficios del Estado podían desaparecer y hasta resultar en pérdidas. Finalmente, el IAPI no funcionó, minado por la corrupción. Jorge Antonio, Tricerri y otros empresarios se dedicaron a comprar al IAPI y revender, haciendo una enorme fortuna. En cualquier caso, se trataba de una tentativa de sustitución de la burguesía comercial porteña, con el IAPI como instrumento expropiador de su mercado, por una nueva clase, creada ex nihilo desde el gobierno peronista, lo que bastaría para explicar el golpe de 1955.

–Analizando toda su historia (la de Perón), ¿hay algún acontecimiento o decisión que signifique hasta hoy un salto cualitativo en términos de evolución política y social?
–Por supuesto. En la Argentina no hay hijos ilegítimos, por poner sólo un ejemplo. La sanidad, la escolarización, las vacunaciones masivas se hicieron norma, deber del Estado, lo ocupe quien lo ocupe. Hasta Menem. Ramón Carrillo, el mejor ministro de Salud que ha tenido la Argentina, había elaborado y hecho aprobar una ley por la que se aseguraba la gratuidad de los medicamentos para el tratamiento de la tuberculosis. Con eso consiguió erradicar la enfermedad, con un coste reducido para el Estado y una garantía de compra para los laboratorios, que hacían mejor negocio que en el mercado libre. Menem, no se sabe por qué, derogó esa ley y consiguió que la tuberculosis volviera a aparecer. Entre 1945 y 1955 el país se normalizó en todos esos aspectos, se eliminaron enfermedades endémicas y epidémicas, se alfabetizó, se facilitó el acceso a la propiedad. Sólo una profunda perversión, que incluye a todos los partidos políticos y al ejército que gobernó durante años, puede explicar el retroceso posterior. Cuando Perón cayó, había un hospital infantil en construcción en Buenos Aires, de grandes dimensiones. Nadie continuó la obra. El edificio a medio hacer se convirtió en refugio de protoocupas, delincuentes y otras especies, y pasó a ser conocido como “albergue” Warnes, por la calle en la que se encontraba. Finalmente, fue demolido. Ya no se trata de que el golpe de Aramburu haya sido más o menos represivo para el peronismo: se trata de que abrió una etapa de abandono y, en consecuencia, de retroceso. Pero no se puede responsabilizar a los gobiernos y exculpar al conjunto de la sociedad, que en primer lugar permitió esos gobiernos y, en segundo, permaneció inerte. La cárcel de Caseros, en Buenos Aires, sigue en pie por voluntad de los vecinos, que pusieron todos los obstáculos posibles a la demolición. Por no hablar del corralito, una suspensión del derecho de propiedad. Sólo una vez en la historia se había suspendido el derecho de propiedad: en los Estados Unidos, al declarar la libertad de los esclavos, considerados como bienes de producción por los hacendados del sur. Y eso dio lugar a la mayor guerra civil de la historia, y la mayor de todas las guerras anteriores a 1914. En la Argentina no pasó nada. Claro que Perón tomó medidas revolucionarias, en el buen sentido de la palabra. Pero sus efectos se fueron diluyendo.

Hogar de Ancianos Coronel Perón.


Hogar de la Empleada. Avda. de Mayo 869, Capital.

–¿Mantuvo una línea de continuidad o coherencia su relación con Estados Unidos?
–Sí, claramente antinorteamericana. Lo que no le impidió avanzar en los contratos con la Standard Oil para explotar el petróleo argentino, porque era un hombre pragmático. Que me expliquen los antiimperialistas, los chavistas, de qué otra manera se podía desarrollar la industria petrolera como no fuera con inversiones extranjeras. La clase dominante en la Argentina, los terratenientes ganaderos y cerealeros, y la burguesía comercial porteña, jamás estuvieron dispuestos a invertir en el país. Por eso no fueron capaces de convertirse en burguesía industrial y fueron sustituidos por una mafia política.

–¿Protegió a jerarcas nazis?
–Sí y a plena conciencia. Y cuando cayó Perón, los mismos jerarcas nazis siguieron viviendo en el país sin inconvenientes. Todos los gobiernos argentinos posteriores a 1945 han protegido a los nazis.

–¿Cómo fue su relación con Franco mientras vivió en España?
–No tuvieron ninguna relación. Franco lo toleró porque tenía una deuda de honor con Perón por los alimentos enviados en los años 40, pero estaba en busca de la normalización internacional de España y Perón era un factor irritante.

–¿Fue masón?
—No. Rotundamente no. Y eso que la masonería, con sus internas secretas, pudo tener en sus filas, simultáneamente, a Salvador Allende y Augusto Pinochet.

–¿Qué importancia le atribuís a los nexos con la logia Propaganda 2 y particularmente con Licio Gelli?
–Es imposible conocer el alcance de las actividades de la P2, una organización ligada simultáneamente a la masonería y a la mafia siciliana. Quien mejor ha contado esa asociación ha sido Coppola, en El Padrino III. Los capitales italianos, radicados en la Argentina en tiempos de Perón y siempre muy influyentes en la vida política del país, tuvieron interés en su regreso. Creo que Gelli fue el representante nada diplomático de un cruce de intereses: no en vano el cadáver de Evita descansó años en territorio italiano, y bajo la protección de una orden católica. Gian Carlo Elia Valori, el hombre que los relacionó, hizo rápidamente mutis por el foro y actualmente, tengo entendido, es funcionario del gobierno de Berlusconi. Gelli, por otra parte, conoció a Massera antes que a Perón. De Perón recibió la Gran Cruz de la Orden del Libertador y de la dictadura de Videla un puesto de ministro plenipotenciario para asuntos culturales en la Embajada argentina en Italia, que le proporcionaba inmunidad diplomática en su propio país. En su villa de Arezzo eran habituales Suárez Mason y Massera, así como, en su día, López Rega, que era sólo una pieza de un engranaje represivo y un proyecto político, digamos que el hombre en el campo de una gran organización. En esa gran organización, estaba por debajo de Osinde, por ejemplo. Lo que cabría llamar “proyecto Massera”, que abarcaba lo peor de los servicios de inteligencia, en especial de la Marina, pero sin excluir agentes de otros, y también a una parte sustancial de la dirección de Montoneros y a la propia Isabel Martínez, fue exitoso. Los lazos de poder tejidos en aquellos años siguen en pie, aunque Massera no haya llegado a ser, como pretendía, presidente. Sus socios andan por ahí, a la vista de todo el desmemoriado mundo, y hasta ocupan cargos públicos y electivos.

Un delirante, los servicios y los Montoneros

–¿Porqué López Rega logró una dimensión inusitada?
–Sólo porque estaba adentro y contaba con la complicidad y la protección de Isabel. No era un Rasputín, no tenía nada de brujo, en materias espirituales era un delirante de los que llenan los manicomios. Eso sí, era capaz de todo.

–¿Hay testimonios o documentos que esclarezcan la relación de Perón y de López Rega con la comandancia de Montoneros?
–Perón no tuvo con la comandancia de Montoneros más relación que la que ellos inventaron al construir su propia mitología. Ni siquiera les creyó –porque no tenía un pelo de tonto– la historia del asesinato de Aramburu. En cuanto a López Rega, nunca estuvo en contacto con los Montoneros, que tenían sus propios canales en los servicios de inteligencia. El único que realmente debe haber tenido el conjunto de la información sobre Aramburu, los Montoneros, el aparato represivo de Osinde y López Rega y la P2, es Massera. Y se llevará el secreto a la tumba. Creo que no hay que perder tiempo en ese tipo de investigación. Tal vez dentro de 50 ó 100 años, alguien reconstruya la trama. Pero ahora no tiene importancia. Lo importante en ese terreno es que se vayan todos, pero, como ves, no parecen dispuestos.

–¿Crees que hay algún trauma generado por el paso de Perón por la historia argentina que permanezca en el inconsciente colectivo sin resolución?
–No. Creo que hay traumas anteriores, que condicionaron también la trayectoria de Perón. Fue traumática la interrupción del proyecto del Ochenta, que continuaba el gran intento liberal de 1816 a partir de la segunda fundación de la Nación, en Caseros. Pero el proyecto del Ochenta no se interrumpió por el golpe de 1930, que sólo representó el tiro de gracia a un casi cadáver que había iniciado su decadencia en 1905. Y es que los dos grandes movimientos nacionales del siglo XX, el radicalismo y el peronismo, continúan, cada uno a su modo, el partido federal.

Un mito más y una profecía de Bolívar

El escritor descarta que los avatares políticos de la Argentina –de los cuales Perón fue un protagonista insoslayable– constituyan un caso singular.

–¿Argentina tiene realmente un carácter de excepcionalidad o es otro mito vernáculo?
–No es sólo un mito, aunque tenga elementos míticos. Realmente, en torno a 1900, la Argentina podía haber llegado a ser una potencia. Hasta dio la impresión de serlo, cosa que no había ocurrido con ningún otro país sudamericano, ni siquiera Brasil. Sólo en Argentina hubo liberales que lo fueron más que de nombre, sólo la Argentina alcanzó un desarrollo cultural de país central. Pero fueron más poderosas las fuerzas de la reacción, del caudillaje bárbaro, que sigue vivo y gobierna en buen número de provincias y, por lo tanto, está presente en el parlamento, en las dos cámaras. El caso de Misiones es ejemplar, tanto por la familia feudal que domina en el territorio como por la imposibilidad de la nación de destronarlos: cuando mandan un interventor, resulta ser casi peor. Perón había echado a Saadi de su provincia, pero tuvo que aceptar en el exilio su presencia en el partido porque no podía controlar nada en la zona sin él. Te regalo un texto de Bolívar que lo dice todo sobre el destino del continente, una profecía que anuncia todo esto, incluido Chávez. Un destino del que la Argentina aún podría escapar, pero no va a escapar por la ineptitud y la corrupción de sus dirigentes.

–Con mucho gusto. Muchas gracias.
–Bolívar, en 1830, escribió: “He mandado veinte años, y de ellos no he sacado sino pocos resultados ciertos: 1. La América (latina) es ingobernable para nosotros. 2. El que sirve una revolución ara en el mar. 3. La única cosa que se puede hacer en la América (latina) es emigrar. 4. Este país (la Gran Colombia, luego dividida en Colombia, Venezuela y Ecuador) caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles de todos los colores y razas; devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. 6. Si fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, éste sería el último período de la América (latina)”.
Simón Bolívar.

Mujeriego, católico y sencillo

El exhaustivo trabajo de Vázquez Rial permitió precisar algunos aspectos siempre olvidados o minimizados del histórico líder.

–Al adentrarte en la intimidad del personaje, ¿qué aspectos descubriste que eran impensados?
–Lo primero: sus relaciones con las mujeres, más apasionadas y múltiples de lo que cabía pensar. Parece una obviedad, porque cuando un hombre gusta a las mujeres, como era su caso, necesariamente gusta de las mujeres. Pero se construyó un personaje a partir de 1955, por deseo o necesidad de los golpistas de entonces, en el que Perón fue sucesiva y simultáneamente homosexual, paidófilo, impotente y estéril. No era ninguna de esas cosas y la respuesta del imaginario peronista ante tanta habladuría fue desexualizarlo. Pero se enamoró y más de una vez. De Evita, por cierto, aunque se pretenda presentar su matrimonio como una sociedad para el poder. Y vivió con mujeres a las que no amaba porque no podía vivir sin compañía femenina. Lo segundo: su catolicismo profundo, no necesariamente clerical, de hombre corriente. Tercero: su sencillez en algunos órdenes. Por ejemplo, él no hubiese querido ser embalsamado, ni que lo fuera Evita. De hecho, el embalsamamiento de Evita fue una imposición de la CGT. Él pensaba que había que volver a la tierra, sin más.


Fuente: Uno
Fotos: Perón... vence al tiempo y Proferay.

miércoles, 25 de junio de 2008

LA SERIEDAD DE LOS IDIOTAS



(O "ME GUSTA LA PLATA, ¿Y QUÉ?")

Ayer estaba viendo, sin prestar mayor atención, el debate que había organizado Santo Biasatti en su programa "Otro Tema", que se emite por el golpista canal Todo Noticias (TN). Al mismo estaban convocados un diputados schiarettista (FPV "con reservas"), el inefable Basteiro (Socialismo) y Diana Conti (FPV, ex Frepaso) por el oficialismo "peronista"; y Patricia Bullrich (CC), la "Oveja" Sarghini (PJ Disidente) y Federico Pinedo (PRO) por la oposición. Además de muchas obviedades ya gastadas en 106 días en que pudrieron a la población entera con una dialéctica artificiosa, los puntos relevantes provinieron quizás de Sarghini, cuando desarrolló un paralelismo alarmante -y evidente- entre el crecimiento de la inflación y los sucesivos aumentos de las retenciones, desde 2003 a esta parte. También de Sarghini emanó el dato curioso, que refiere a que habla muy parecido a Carlos Ischia, el técnico de Boca Juniors.

Carteles de la JP Camporista.
Nos preguntamos por qué no es entonces "JC". Ah, claro, "JC" es la Juventud Comunista.

Sin embargo, de todo ese debate, que mostró la madurez cívica de los representantes del pueblo en múltiples griteríos de madurez e interrupciones de civismo, y en que nuevamente la imagen impertérrita de la mesura provino del diputado Pinedo, cuya intervención más dura se dio cuando dijo que "quitarle la posibilidad a un hombre de mandar a sus hijos a la universidad es maldad pura", era bastante aburrido hasta que empezó el cruce entre las dos mujeres del panel, masculinizadas una en su vestuario y la otra en su voz vinosa y tabáquica, ambas en sus gestos y sus tonos de guapo de barrio, ambas ex funcionarias de De La Rúa. Como suele pasar en estos casos, y teniendo en cuenta la mediocridad manifiesta de Diana (la diosa de la caza para los romanos), que apartada de sus dogmáticos asuntos de caza de brujas se vio obligada a confesar su ignorancia sobre las cuestiones del debate, que había motivado que estuviera pidiendo consejo a los funcionarios de "su" Poder Ejecutivo según sus propios dichos, lo cierto es que la dip. Conti, presa de un enojo irrefrenable, acosada por la Bullrich por todos lados, de pronto espetó (textual):

"Lo que pasa es que vos estás envidiosa, porque no podés hablar con el matrimonio presidencial".

Impagable.

Era, claro, obvia respuesta al reclamo de que el matrimonio presidencial no hablaba con nadie, y había tensado las cuerdas del conflicto irresponsablemente. Entre gritos y calificativos del tenor de "ignorante" y "obsecuente", Santo mandó todo a la reverendísima pauta publicitaria.

Diana Conti. Ella sí habla con el matrimonio real.

Un breve insert: A todo esto, las actitudes despóticas, la altanería y la soberbia, y las matonerías plasmadas en puñetazos, ostentaciones de fuerza bruta y tolderías copando el espacio público, en ninguneos y desprecios continuos al diálogo, en utilización de la fuerza pública como fuerza de choque parcial y malintencionada, etc., etc., han conducido con sopresa a la revalorización de la figura del denostado ex presidente Menem.
De la boca del insospechable De Ángeli, en el programa "Palabras Más Palabras Menos" (de la misma emisora), salió una anécdota según la cual el susodicho Demonio de Anillaco, sorprendido por algunas puteadas y protestas en una visita que realizó como primer mandatario a Entre Ríos, apenas se bajó a la vuelta del helicóptero en la Rosada envió una invitación a los puteadores para que al día siguiente se reunieran con él en Buenos Aires.
Bersuit Vergarabat decía por esos tiempos en Se Viene el Estallido (del gobierno de Menem) que "si eso no era una dictadura, qué era". A la luz de todo lo ocurrido, del manejo discrecional de la pauta oficial, de los embates violentos a la prensa, y todas las demás cosas que se han vivido, habría que preguntarle al Pelado Cordera qué opina, qué calificativo sobre formas de gobierno y sobre medidas de excepción tradicionales (como la dictadura, figura romana emanada del Senado, que tan bien supo honrar Camilo, por ejemplo), le pondría a todo esto...

Santo y el regreso al Medioevo.

En fin, el dato más interesante de mi audiencia al programa comentado, ocurrió a la vuelta de la pausa comercial. Ya el estudio se había despejado, y Santo Biasatti, solo y de frente a la cámara, con la cara de orto habitual (sólo equiparable a la de Alberto F.) pero agravada por un hondo pesar, una cara de orto de sepelio, digamos, empezó a referir que en la emisión anterior a ésta que estaba terminando (una última reflexión), en el maremagno de otro quilombo de debate, había sido proferida una frase terrible, que él se preocupó en aclarar varias veces, en el momento nadie oyó, y recién días después revisando el tape pudo escucharse.

A continuación lo "escrachó" a su autor, un productor rural de origen piamontés del que no me acuerdo el nombre, pero si me lo acordara, creo que tampoco lo diría. Y reprodujo la frase terrible:

"Si a los piamonteses nos gusta más la plata que a los judíos"
A continuación Santo, visiblemente compungido, pidió disculpas (ya que no podía pedir perdón, porque sólo Dios es capaz de perdonar) a la colectividad judía, y también a la colectividad piamontesa, por haber dejado pasar sin censurar -inconscientemente, porque repitió que en el momento nadie había oído nada- la terrible frase, a la que él atribuyó un evidente carácter despectivo.

Y yo me quedé entonces pensando si no estamos todos un poquito susceptibles, y después de un rato de pensar, si no estamos todos un poquito pelotudos. En primer lugar, porque no sé en dónde está la ofensa por la circunstancia de que a uno "le guste la plata".

¿No vivimos acaso en un mundo mercantilista, signado por el ánimo de lucro, y cuyas -generosas- oportunidades aparecen circunstanciadas por el dinero? ¿No es acaso el dinero el medio de ascenso social, y como signo, un auténtico atributo de nobleza?

O más simple: ¿A quién no le gusta la plata? Que levante la mano, sea chino, boliviano, uruguayo o vaticano.

El asunto de la imputación de un sentido negativo a la frase corre por cuenta de un Santo Biasatti y de su producción, que quedaron empantanados en la época de los Santos (precisamente) y de los mártires. Nadie espera que los judíos -que después de todo parecen ser como colectivo el sujeto injuriado- se dediquen exclusivamente a la poesía y a la mística.

Como pueblo históricamente dedicado a las actividades comerciales, han recibido una atribución general similar a la que emitió el ingenuo piamontés. Los pueblos agrarios o guerreros de la antigüedad miraban con recelo a los pueblos mercaderes, porque en su candidez sabían que si pestañeaban los otros los caminaban, y se iban del mercado habiendo comprado más que sus intenciones o pagado más alto que lo que el sentido común indicaba. Pero ya no existen los pueblos agrarios ni guerreros (salvo quizás en el África subecuatorial profunda). Todos, absoultamente todos los pueblos de mundo, son pueblos de mercaderes, y la economía del intercambio, expandida y difundida por efecto de la globalización, impera en absolutamente todos los aspectos de la vida social, sean ellos artísticos, militares o religiosos.

Cierto que para los patricios griegos y romanos el mundo comercial era despreciado, y el ocio era ensalzado por sus virtudes para la creación y el progreso mental y espiritual (de ahí que negocio etimológicamente sea "la negación del ocio"). Pero hoy día hubiera sido realmente afrentoso que el tano este dijera que "los piamonteses somos más vagos que los judíos".

Max Weber

Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo claramente expone las raíces religiosas de la explosión capitalista en los Estados Unidos. Ellas se encuentran precisamente en la permanente referencia veterotestamentaria (o sea, bíblica) del cristianismo de raigambre calvinista (metodistas, presbiterianos, baptismales, etc.). En la carencia del instituto de la gracia -es decir, de la salvación por medio del arrepentimiento.

Como el protestante considera que en el Cielo los lugares están previamente asignados desde el día de la Creación, su vida transcurre tratando de descubrir si cada uno de ellos está dentro del círculo de los elegidos. O sea que si se equivoca, si delinque, si se emborracha, si insulta, en realidad lo que está evidenciando es que nunca tuvo su butaca reservada en el Reino de los Cielos.

El protestante de esas confesiones bíblicas también considera que Dios obra todo el tiempo en el mundo, a través de gestos sutiles hacia sus hijos. Entonces, desconocer esos gestos, no ser capaz de reconocerlos, es despreciar la generosidad de Dios, y otra vez hacer evidente que uno no fue elegido para sentarse a su diestra. Así las cosas, si sale un negocio, el protestante que abreva en el Viejo Libro debe obligatoriamente hacerlo, como debe trabajar y ganar plata día a día, desde el primer rayo de sol, porque Dios le ha puesto la oportunidad delante de la nariz y no debe ser despreciada.

Ello ha generado la "forma de vida metódicamente ordenada" muy común en el interior norteamericano, de donde surge el término "metodista". El metodista entonces, acumulaba enormes sumas que no gastaba, porque incurrir en vicios o excesos también lo hubiera sacado de la planilla celestial. Con esas fortunas, con la primera gran acumulación capitalista, se produjo el nacimiento de la vigorosa economía estadounidense, aún hoy la primera y dominante a nivel mundial.
Edward Hopper. American Gothic.

Como dijimos, el metodista, sea presbiteriano, bautismal, cuáquero, menonita, etc., el Ned Flanders americano en definitiva, obedecía fielmente a su religión y era un buen ciudadano a la vez (el régimen estadounidense proviene de los colonos protestantes llegados en el Mayflower, y a partir de su independencia adquirió un carácter cada vez más teocrático: "In God we trust"), haciendo dos cosas que a Santo Biasatti le producen escalofríos: ganar plata y ahorrarla.


Asimismo, la capacidad para los negocios no siempre fue denostada tampoco en la antigüedad. Hay un dicho en el Mediterráneo Oriental (tierra de árabes, otros hábiles mercaderes como los fenicios y los babilonios), referido a la maestría para los negocios atribuida genéricamente a diversos pueblos: "Diez judíos lo que un armenio y diez armenios lo que un griego" y no he visto ni a Kalpakián ni a Aristóteles Onassis quejarse de ello. Más vale con su actividad fecunda han venido a demostrarlo. Tampoco por cierto se han incomodado mucho los Ezquenazi, los Werthein, los Epztein, los Soros, los Rokefeller, los Rothshild, el taquillero Spilberg o el joyero brasileño Howard Stern.

Ni creo que los coreanos se hagan demasiados problemas por una "fama" similar de talento y vocación comercial que en el extremo oriente le hacen los chinos y los japoneses.

En fin, poco que agregar. Quería compartir estas reflexiones, sobre todo a la luz de lo ridículo que resultaba la solemnidad de Biasatti, y su rasgado de vestiduras, sus terribles "disculpas" y su penoso talante.

Siempre los serios suelen bordear el ridículo (a veces sumergirse de cabeza en él). Y éste, desde 2003, es "Un país en serio".

Ah, y lo confieso: A mí también me gusta la plata más que a los judíos. Así que si les sobra algún manguito, y no saben qué hacer con él, acuérdense de su buen amigo Occam, que aquí los espera.